La guerra abierta entre la dirección nacional del PP e Isabel Díaz Ayuso por el control del partido en la Comunidad de Madrid ha desencadenado una crisis interna tan gratuita como grave que parece haber llegado a un punto de no retorno. Lo que hace ... unos meses parecían diferencias subsanables sin grandes dificultades a propósito de la fecha del congreso regional se ha transformado en una brecha ensanchada hasta el extremo por ambiciones de poder e inquinas personales exhibidas sin pudor ante la opinión pública, que asiste atónita a un navajeo entre ambos bandos cuyo desenlace, sea el que sea, perjudicará a los populares. Resulta de una torpeza extraordinaria para los intereses de la formación azuzar y airear esas disputas, que desgastan inevitablemente a sus protagonistas y a las propias siglas, cuando las encuestas le atribuyen la victoria y abren las puertas de La Moncloa a Pablo Casado, en alianza con Vox, si ahora se celebraran unas elecciones generales. Máxime cuando el Gobierno PSOE-Unidas Podemos se halla inmerso en luchas intestinas y ofrece evidentes síntomas de erosión.
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Madrid es el principal escaparate de la gestión del PP, aparte de un granero de votos. Y Ayuso, uno de sus grandes activos, con un discurso entre desacomplejado y populista que arrasó en las urnas el 4 de mayo y una incuestionable proyección nacional. Crecida tras ese éxito, que dio alas a su partido en toda España, la baronesa aspira a un absoluto dominio de la organización en la comunidad. Un territorio clave que la ejecutiva nacional desea mantener a toda costa bajo control por su relevancia estratégica y para impedir que acumule excesivo poder una dirigente que le suscita crecientes desconfianzas. El temor a que esta ensombrezca el liderazgo de Casado e incluso llegue a discutírselo sobrevuela un enfrentamiento suicida para el partido y de una virulencia digna de mejor causa.
El veto del aparato de Génova a Ayuso coloca al alcalde José Luis Martínez-Almeida como su hipotético rival en una primarias que recrudecerían las hostilidades y de las que el PP saldría abierto en canal y debilitado con toda seguridad. A Casado y a la presidencia madrileña se les presupone la suficiente inteligencia política como para evitar ese error mediante un acuerdo razonable, aunque quizás hayan ido ya demasiado lejos como para hacerlo creíble. Perseverar en su lucha cainita equivale a lastrar la alternativa de los populares frente a la izquierda gobernante.
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