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Las prohibiciones de movilidad por la pandemia han tenido algunos efectos saludables, entre los cuales se encuentran las dificultades para hacer botellón en la calle, sobre todo los fines de semana. Hasta que llegó el virus, recorrer los lugares clásicos donde la muchachada quedaba ... para pasar el rato y mamarse bebiendo cachis era una experiencia desoladora. Jardines sembrados de bolsas y vasos de plástico del tamaño de un cántaro cabreaban al más tranquilo. Llegar a esos sitios antes de que lo hicieran los colegas del Servicio de Limpieza era la muestra incontestable de que, además de incívicos, hay mucho guarro, actividad que estoy seguro ha descendido 'gracias' al encierro nocturno al que estamos sometidos ellos y nosotros. Lo digo porque hace tiempo que no me cruzo en la cola del súper con chavales cargados de vino peleón y otras bebidas que solo cumplen una función: mamarse como piojos por poco dinero. Y, sinceramente, no me importa tanto el futuro de los aspirantes a alcohólicos como la marranería que dejan a su paso.
Para casos así no hay soluciones milagrosas, y estoy seguro de que cuando las medidas se relajen, los puercos volverán a dejar huella en calles y plazas. Cada vez estoy más convencido de que cobrar a todo quisque cinco o diez céntimos por las bolsas de la compra no es la solución para mantener la ciudad limpia como la patena. Y de salvar el planeta ni hablamos…
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