![Tan guarros](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202104/03/media/cortadas/GF04Y0I1-kXbG-U130994605130SsG-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Salgo de viaje sin prisa por una carretera comarcal y encuentro la cuneta salpicada de bolsones de plástico naranja llenos de inmundicias. Cada doscientos o trescientos metros una de estas grandes bolsas tipo saco con el sello de la Junta de Castilla y León. Imagino ... que ayer o antes de ayer una brigada de trabajadores de alguna empresa contratada por la Junta habrá limpiado la cuneta y que en los próximos días un camión las recogerá para depositarlas en un vertedero. Dada la cantidad de bolsones que salpican las cunetas, uno deduce que somos guarros, muy guarros. Cada doscientos o trescientos metros. De pronto, me apremia la curiosidad y detengo el coche en el primer camino que me sale a la derecha. Quiero hacer escrutinio de las cosas que tiramos. Me acerco hasta el primer bolsón que queda a tiro de piedra del camino, lo abro, lo vuelco con cuidado en la cuneta para evitar que se rompa la bolsa y comienzo el trasvase mientras pasan a mi lado los coches a toda velocidad: mascarillas, plásticos duros de procedencia indeterminada, cartones de vino, mascarillas, bolsas de plástico, latas de refresco, botellas de plástico de diverso tamaño, unas gafas de sol maltrechas, una zapatilla vieja, un osito de goma, la manga de un chubasquero, una cajetilla de tabaco, más latas de refresco…
Somos guarros. Todo este inventario en apenas doscientos cincuenta metros de cuneta. Somos cerdos. A menudo se nos llena la boca de insultos contra unos y contra otros, también contra los ecologistas. Somos cochinos. Las cunetas en primavera, si no las riegan con el veneno que llaman glisofato y que mata hasta el último vestigio de vida, se convierten en un jardín lineal en el que crecen sin orden jaramagos, noiglos, gordolobos, margaritas, hinojos, cardos, viboreras, lenguas de buey, santolinas, hierbacanas, tomillos o ajedreas. Un regalo, un don, un jardín silvestre y natural que nos alegra la vista.
No imagino las cunetas francesas o alemanas y mucho menos las suizas convertidas en un arroyo de inmundicias. Algunas pautas de conducta se aprenden en casa, con independencia de que la familia se escore a un lado o hacia otro. Las cunetas de caminos y carreteras comarcales, como el propio campo, deberían ser sagradas. Algo falla entre nosotros, acaso por influencia de las moscas que nos traen las irritantes calores africanas. Jactanciosos, miramos con desdén desde nuestros coches el humilde jardín asilvestrado.
Una vez hecho el inventario de inmundicias, tras dejar el bolsón cerrado en la cuneta, regresé al coche con pesadumbre pensando no tanto en los grandes huracanes políticos en los que con tanta intensidad y ceguera debatimos a diario, como en estos pequeños detalles que reflejan las cunetas y que fatalmente nos definen sin remedio.
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