Greta y sus formas

Ahora, hoy, hace un calor como para destetar malnacidos, que decía Cela. Después del SIDA chino que rebrota en litigio con la Ciencia y lo cotidiano, es verdad que ya uno no sabe si estamos en un camino sin marcha atrás. Quién sabe si cuando se encerró el mundo y los ciervos paseaban por la ciudad aquello no fue el último mensaje, un «basta ya» cérvido. Viví la nevada Filomena, y la nieve sabía como a plástico, y la anécdota, en este caso, es categoría.

Claro que yo a Thumberg le tengo cogido el hilo, como a Guardiola. Quejicas de varias causas: noble en el caso de la Niña Greta e innoble en el otro. Sucede que el conservacionismo no es un movimiento 'pop' ni una rabieta. Es una mañana de niebla que se despeja, el olor a tomillo, un disparo de alguien que conoce el lenguaje secreto del monte o la dehesa.

Por eso hace bien Delibes de Castro, dotado también de muñeca, en decir que las formas de Greta no son las debidas. Porque atacan y denigran –apunto yo, navegante de ríos envenenados de nitratos– un legado en los que muchos, Miguel Delibes padre el primero, se han dejado el alma.

Greta no nos gusta, y sin embargo, algo se mueve. La conciencia verde, que no franciscana, se va creando poco a poco. Con amor y pedagogía.