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Hace mucho tiempo que la sociedad mundial teme que un mal día se produzca una gran catástrofe global. Hasta ahora el peligro estaba cifrado en el desarrollo de las armas nucleares y su capacidad destructiva. Llevamos muchos años temiendo que una irresponsabilidad humana o ... un simple fallo técnico origine un desastre de magnitudes incalculables. Y razones para pensar así no faltaban ni siguen faltando. Pero de pronto, de un día para otro, estamos asistiendo a una amenaza de unas magnitudes incalculables provocada por un bichito microscópico, el coronavirus, que no se deja ni ver ni oír, que está generando pánico en una alarma sin precedentes en los tiempos modernos. Hemos leído y visto películas de grandes pandemias, como el cólera o la peste, y creíamos que eso ya era historia.
Del coronavirus ni siquiera conocíamos su existencia. Fue necesario empezar a ver imágenes de muertes para que las autoridades, en este caso chinas, asumiesen la alarma que se estaba viniendo encima al mundo. El Gobierno de Pekín ha adoptado medidas cuyos resultados se desconocen. Por algo una de las primeras decisiones fue poner un control estricto a los medios para que renuncien a informar con libertad.
Los comunicados oficiales van incrementando las cifras de muertos –ahora mismo, alrededor del millar– con cuentagotas. Muchos, sin duda, pero menos significativas si se recuerda que China tiene más de mil millones de habitantes. Claro que tampoco son cifras fiables en un país donde las malas noticias no son noticia y lo normal es minimizarlas o esconderlas.
Lo peor del virus es la capacidad de contagio que tiene y la ausencia de vacunas para erradicarlo. La OMS ha lanzado la alarma universal. Además de las medidas clínicas para aislar a sospechosos de contagio, preventivamente se cierran escuelas, se suspenden actos públicos y espectáculos y se recomienda ponerse mascarillas y evitar dar la mano a otras personas. Todo un símbolo del peligro.
Los efectos colaterales no se están haciendo esperar. La economía está ralentizando su crecimiento del mismo modo que el turismo, quizás el sector más penalizado, se hunde. China, un destino creciente, se ha vuelto un país invisitable. Y detrás vendrán otros. Para el turismo español supone una amenaza importante. El año pasado visitaron nuestro país cerca de un millón de chinos, quizás el colectivo que gasta más dinero durante las vacaciones. Y no sólo es China, el virus ya se ha detectado en Europa traído por personas que regresaban de China o habían tenido algún contacto con sospechosos de ser portadores.
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