El gran carnaval
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Es tiempo de reflexionar sobre lo que supone vivir en un carnaval permanenteSe suspende el carnaval de Venecia por el coronavirus, pero el carnaval global sigue su avance imparable. El carnaval existe para hacernos olvidar que la vida misma es un carnaval. Todos los carnavales del mundo palidecen ante el poder espectacular de este carnaval nuestro de ... cada día. Una mascarada gigantesca que no hay por dónde cogerla. La tomamos en serio porque no nos queda otro remedio. Estando dentro, a ver qué hacemos, como dicen los 'anticapis' de Podemos con su pataleta disidente. No merece la pena darle tanta importancia. Y no hablo solo de impuestos. La realidad es un carnaval que se disfraza de pompa y solemnidad barrocas para ocultar su vacío. Se reviste de adornos seductores para disimular su fealdad. La estupidez controla nuestro comportamiento en todos los ámbitos. Y el carnaval es una celebración ambigua de todo cuanto falla en nosotros desde siempre.
El rey coronado de este carnaval es, quién si no, Donald Trump, con su bronceado cosmético, su pelucón albino y sus gestos de déspota grotesco. Trump encarna a conciencia el papel del 'Rey de los Tontos', asumiendo el discurso de la locura para hacernos creer, con sus disparates, en la seriedad de los otros políticos. Como supervillano universal que se burla de los aburridos valores de sus enemigos es imbatible. En Yanquilandia, los analistas más agudos y los humoristas más cáusticos ya hablan de 'posdemocracia' al explicar las secuelas nocivas de su gobierno. Se duda incluso de que, en caso de perder las elecciones, aceptara abandonar la presidencia. Ni la policía ni el ejército, demasiado conniventes, podrían sacarlo a tiros de su guarida en la Casa Blanca.
Lo más preocupante, sin embargo, no es este escenario cómico y paranoico, sino la impotencia crónica del partido demócrata para encontrarle a Trump un rival convincente. Entre viejos y novatas anda el juego de las primarias. Los expertos auguran que la candidatura oficial la disputarán al final el socialismo descafeinado de Sanders y el chorro de millones de Bloomberg. Menuda ironía. Pero Trump no se inmuta. Sigue prodigando sus tuits a diario con alegría pueril, sabiendo que el ruido de las redes sociales aturde la inteligencia y favorece la mentira donde vive instalado desde el comienzo de su mandato. Los turbulentos años de Trump han supuesto un cambio político fundamental. Revalide o no, como temen sus antagonistas, el apocalipsis se retransmitirá en directo por redes y pantallas a todo el planeta como un gran carnaval mediático.
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