Cuando los oigo hablar me doy cuenta de la cantidad de mediocridades que se han hecho un hueco entre la casta política. No sé si es por la falta de rigor intelectual, por las continuas patadas al diccionario o el absoluto desprecio por las más ... elementales normas de la gramática, lo cierto es que estoy llegando a un punto en que a duras penas entiendo lo que dicen.

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Al margen de la vergüenza ajena que provoca el ministro Garzón cada vez que abre la boca, el estupor alcanza sus cotas más altas ante las ruedas de prensa tras el Consejo de Ministros. No es solo por el acento o los insondables palabros que se saca de la manga la portavoz, sino por las respuestas para idiotas que nos lanza con total desparpajo. A veces me trae a la memoria al doctor Diafoirus, aquel personaje de Moliere en 'El enfermo imaginario' que camuflaba su ignorancia con una cháchara alambicada e imposible.

Por estos pagos también tenemos lo nuestro. A Francisco Igea se le entiende bien, ha sido cocinero antes que fraile y sabe de lo que habla, pero han sido tantos los regates y retoques al plan de desescalada que pendíamos colgados de la cuerda como un péndulo. Nadie sabía a qué atenerse.

Ahora se ensancha la manga y se levantan restricciones procurando aire a la hostelería. Supongo que en situaciones delicadas hay que andarse con pies de plomo y curarse en salud. Pero una cosa es gestionar la crisis sin pisar callos y otra gobernar pisando huevos.

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