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42 grados, tercer grado
Mis tripas, corazón ·
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«Y luego que hay quienes se dan al orujo para soportar inacciones e injusticias»Mientras unos dan un fregado a su conciencia con el apoyo a la niña Greta solamente con cacareos de barra, otros se asustan con el advenimiento de mesías, y los que tienen que hacer algo -porque algo tienen que hacer ya- poltronean con discursos ... que les escriben sus mascotas, va y se asoma la Navidad. Paréntesis ritual en cualquier actividad, incluso en la mental, y más que en ninguna.
Nos han encendido todas las luces led de la ciudad para hacernos creer que somos grandes luminarias de un mundo oscuro que se autodestruye en cada movimiento. Y así olvidamos el movimiento por un tiempo, que las doctrinas pesan más que las acciones.
Navidad ya. Cada año, antes. Si no lo remediamos, se hará eterna y, el paréntesis, infinito.
Zapeo mientras dormito y en un duermevela de domingo, de hace tres días, escucho que comienza la campaña electoral y siento una arcada onírica no sé si en el estómago o entre las orejas. Se me pasan imágenes de hombres grises y mujeres de rojo sobre fondo gris mitineando sin parar y otra vez, de nuevo, ir a depositar mi voto en la urna de cadáveres sin nombre y, está visto, sin destino. Pero no, en realidad era la campaña electoral de los grandes hermanos VIP que han llegado a la recta final del programa que se acaba ya y volverán a casa por Navidad orgullosos de su gran hazaña, con la cuenta corriente más que saneada y aclamados como héroes vencedores después de la batalla.
Me entra un alivio profundo tras el desasosiego, pero no canto victoria y, de repente, sueño que hay de nuevo elecciones generales y voto a Alba Carrillo, quizá por el apellido.
Momento para la publicidad. El anuncio de los orujos Ruavieja ya me había tocado el corazoncito el año pasado: «Tenemos que vernos más», una reflexión basada en un experimento social que muestra la reacción de personas anónimas al saber el tiempo que pasarán con un ser querido a lo largo de toda su vida. Algoritmos y otros cálculos aparte, lo cierto es que fue una sacudida comprobar el poco tiempo que nos queda para compartir con los que queremos y el mucho que, quizá, dedicamos a los gilipollas. Esto último es una reflexión personal, no sugerida por el anuncio.
Esta campaña me vuelve a sorprender la marca de licores para hacernos ver, con metáforas, nuestra propia cárcel. Pero va la actualidad y fastidia el cuento: justo he escuchado en las noticias que Iñaki, el estafador, sale por Navidad de la prisión abulense de Brieva y se me atraganta el orujo de café.
Desde Instituciones Penitenciarias dicen que este primer permiso servirá para prepararle ante la libertad; quizá el primer paso para un futuro tercer grado que el condenado reclama desde sus primeros días en el talego.
Me duermo y sueño que me cuentan que una tal Juliana, que limpia los urinarios de la estación de autobuses, ha pedido a su empresa el tercer grado para que la envíen a Brieva por Navidad. No puede soportar ya tanta mierda.
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