Nunca somos más sinceros que cuando bromeamos. Muy a menudo, nos escudamos en la chanza, de la broma o la tomadura para expresar aquello que, fría, directamente, no nos atrevemos a decir. Más veces de las que debiera, la chufla enmascara el insulto, la agresión, ... nos echa a la cara que somos calvos, barrigones, viejos, homosexuales, feas, gordas, vagos, gitanos, moros… O mujeres y putas.

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No se puede ir pregonando por ahí nuestro pensamiento, todo el mundo nos censuraría nuestras más arraigadas opiniones. Imaginemos, por ejemplo, que Casillas, el que fuera portero del Real Madrid y de la selección española, pensara que es censurable el que un futbolista sea gay; o que creyera que los homosexuales reclaman un excesivo respeto. Nunca se atrevería a decirlo en una rueda de prensa, pero sí a bromear acerca de ello en las redes sociales. Y Pujol, el central del Barcelona, se uniría sin problemas a la chirigota.

Si íntimamente creyéramos que el sueño secreto de toda mujer es ser follada en una capea –ah, el macho torero, de semen fuerte como Ortega Cano–; que todas son unas ninfómanas y que babean por ser tratadas como putas, nunca –o casi nunca– lo iríamos gritando por la calle a no ser que lo enmascarásemos de inocente tradición, de blanca trastada de unos jóvenes estudiantes de un colegio mayor que gritan insultos machistas a las chicas de otro colegio.

Es una broma, por Dios, aseguran los unos y los otras. Una broma, acaso sin mucha gracia, como lo de Casillas y Pujol, pero nada que vaya más allá de un gesto divertido sin mala intención. Jajaja, qué risa, cómo nos reímos.

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