Hay una cierta ironía en que la desastrosa explosión en Beirut ocurrió la misma semana del 75 aniversario de los únicos ataques nucleares en la historia de la humanidad. La bomba atómica 'Little Boy' que detonaba sobre Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945, ... fue siete veces más potente que lo que ha destruido la capital libanesa, mientras que la que dejaban caer sobre Nagasaki pocos días después tenía 12 veces más potencia. En un instante los cascos viejos de las dos metrópolis se evaporaron en una nube radioactiva que alcanzó 3000 grados de calor en su epicentro. No se sabe exactamente cuanta gente murió, entre las víctimas del estallido inicial y luego por los efectos secundarios, como quemaduras y cáncer, en los meses y años siguientes, pero una estimación conservadora sería de trescientas mil personas. Catastrófico. También hubo sobrevivientes, los 'hibakusha', que literalmente significa 'los afectados por la bomba'. Hay muchos testimonios de ellos, todos horríficos.
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Según Yasujiro Tanaka, un septuagenario y testigo de 'la atrocidad', su hermana menor todavía sufre calambres musculares como consecuencia de lo que pasó, además de tener los riñones tan dañados que la obliga a hacer diálisis cada segundo día. «¿Qué hice, yo, a los americanos? ¿Por qué me hicieron esto?», se pregunta. Quizás la respuesta la tenga otro hombre que consiguió sobrevivir: «Los ciudadanos medios siempre son los víctimas principales de la guerra». Claro. En palabras de Ulysses Grant, el general unionista de la guerra de secesión americana, «la guerra es el infierno». Es un dicho tan obvio que, con tantos conflictos actuales como en Siria o Yemen, parece incomprensible que aún no lo entendamos.
Es muy fácil apuntar con el dedo a los EE UU y decir «je t' accuse» con la prepotencia que nos marcamos los europeos. Echamos la culpa a los americanos por el mal del mundo, sin aceptar nuestra parte de responsabilidad. En el caso de la bomba atómica, sí, los 'yanquis' la fabricaron y lanzaron, pero con todo el apoyo moral de nosotros, los aliados, un hecho que convenientemente hemos olvidado.
Quizás llevo demasiado en casa, y me sobra tiempo para pensar, pero se me ha ocurrido otra cosa. En agosto de 1945, mi padre estaba a bordo de un buque de guerra, listo para invadir Japón. Previsiblemente habría muchas bajas, pero, gracias a la bomba, Japón se rindió, la invasión no pasó y mi papá sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Es por eso que yo existo.
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