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La brutal paliza que varios adolescentes dieron a un menor el pasado domingo en Sants (Barcelona) se ha convertido inmediatamente en uno de esos episodios que incendian las redes sociales y convocan la solidaridad con la víctima, empezando por las asociaciones en defensa de las ... personas con trastornos del espectro autista y terminando por distintos representantes públicos, entre ellos el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Además de recibir patadas, puñetazos y empujones, al menor le robaron su teléfono móvil. ¿La circunstancia clave? El ensañamiento cruel fue grabado en vídeo y difundido de forma masiva en Twitter y otras redes sociales.
Este episodio me recuerda al de aquella chica de 14 años, agredida brutalmente por otra menor en marzo de 2014, en las proximidades de un centro educativo de Sabadell y mientras era pateada, golpeada en la cabeza y arrastrada por el cabello, otras compañeras grababan la escena con el móvil y no intentaron siquiera sujetar a la agresora. Ver, oír y grabar.
Es verdad que la violencia entre jóvenes ha existido siempre, pero el aspecto novedoso e inquietante que se repite en estos últimos episodios es la 'banalización de la violencia', si puede decirse así, su utilización como recurso 'espectáculo': reproducir unos pocos segundos de vídeo para conseguir visitas, 'me gustas' o aspirar a la fama efímera del 'trending topic'. Quizás lo único positivo de esas visualizaciones masivas radique en que además de ilustrar a la sociedad sobre comportamientos no precisamente ejemplares, en bastantes ocasiones sirven de prueba judicial para localizar y detener a los culpables. Multiplican el daño pero posibilitan el remedio.
Sin embargo, creo que con esta paliza al joven autista en Sants se sube un nuevo peldaño en la escalada de violencia contra los menores. En 2012 la Organización Mundial de la Salud advirtió en un estudio publicado por la revista científica 'The Lancet' que los menores de 18 años discapacitados corren un riesgo cuatro veces mayor de sufrir violencia que los niños sin discapacidad.
Por eso resultan tan dolorosamente abominables las imágenes de esta agresión. Cualquier ser humano con una pizca de sensibilidad y empatía se apiada enseguida del débil –más aún si es un menor–, a quien tres o cuatro adolescentes acorralan, golpean y derriban con palmaria impunidad. En tales circunstancias, el agredido es doblemente víctima, por las dificultades prácticas para defenderse que representan su autismo y por las dificultades madurativas para 'comprender' o asumir lo que es pura violencia gratuita.
Temo también que en adelante la polémica derive por otros derroteros. Por ejemplo, poniendo el foco en si lo fundamental será siempre no difundir sin pixelar las imágenes de la víctima, al tratarse de un menor; o especular con disquisiciones políticas acerca de si los agresores son jóvenes españoles o de otra nacionalidad. Para mí, lo intolerable en sí misma es la propia agresión. ¿Lo inquietante? La pasividad de quien graba y el silencio de los corderos.
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