Estos días de negocios cerrados y limitación de aforos, las grandes colas en España siguen formándose ante la administración de lotería, templo laico al que se acude con la ilusión de premios sustanciosos que regalen alegría y felicidad. Próximo ya el sorteo de Navidad, ... quién se atreve a cerrar los ojos y sustraerse a la superstición social de la fortuna repentina ¿Y si toca aquí?, repite el eco. Por estas fechas me acuerdo siempre de lo que le sucedió a la familia de unos amigos madrileños 'agraciada' con bastantes millones de pesetas del gordo de Navidad. Mientras el padre y los hijos festejaban alborozados el premio, la madre les sorprendió con una llantera imparable: «¡Qué desgracia ha caído sobre esta casa, qué desgracia, qué desgracia!». Nadie aplacaba su desconsuelo y algunos de los hijos incluso se lo tomaron a risa. Mi amigo contaba que el tiempo acabó dándole la razón a su madre pues lo que había sido hasta entonces una familia unida y feliz se convirtió enseguida en paisaje después de la batalla. Quizás intuyó que aquel regalo contenía presagios de desgracias en su aparente felicidad, igual que las monedas contienen dos caras distintas, o la propia vida, con sus luces y sus sombras. Cicerón lo advirtió hace siglos: «No solo es ciega la fortuna, sino que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia».

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Las celebraciones navideñas hace tiempo que cambiaron. Me parece que el debate ya no está en 'belén, sí; árbol, no' o a la inversa, sino en el casi monopolio de los bazares chinos a la hora de vender belenes, árboles, luces y todo tipo de adornos navideños. La fiebre por la lotería ha crecido pareja a la globalización. Entre otras cosas porque es un manantial de recursos para el Estado. Aquel cartel donde el ministro Montoro nos avisaba con sonrisa traviesa: «Participo gratis en tu décimo y lo sabes», seguramente se actualice en Internet con la caricatura del 'montoro' de turno o, por qué no, con el perfil vampiresco de Iglesias Turrión. Al mismo tiempo que dejamos de ser un país industrializado que produce y fabrica manufacturas –cosa que en China, por contra, crece exponencialmente– nuestra adicción a la lotería y a las apuestas adquiere niveles de pandemia. La lotería del gordo de Navidad se reparte por media Europa. Al gobierno de turno le interesa, claro está, revestirlo de 'acción social' y hasta el eslogan de la campaña de este 2020 ahonda en la idea: 'Compartir como siempre, compartir como nunca'.

Creo que pocos reaccionarían si les tocara el Gordo como la madre de mis amigos madrileños, pero estoy convencido de que para nadie sería bastante el premio obtenido, todos anhelarían recibir más. La fortuna es caprichosa y perecedera. Ya se sabe que la mejor lotería es el trabajo; lo malo es que para ese sorteo no hay décimos a la venta.

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