Golpe a golpe
El avisador ·
La manera más efectiva de minar la democracia, hasta terminar destruyéndola, es celebrar, cada día con más dedicación y más empeño, la ceremonia de la confusiónEl avisador ·
La manera más efectiva de minar la democracia, hasta terminar destruyéndola, es celebrar, cada día con más dedicación y más empeño, la ceremonia de la confusiónLos ecos siguen resonando como zumbidos de abejas en los oídos. Y no por lo que esperamos que vendrá la semana que viene, tras el aplazamiento de la reunión del Tribunal Constitucional, sino por la propia repulsión de lo que esta semana ha sucedido en ... el Congreso. Y más allá del Congreso. La puesta en escena del desprecio absoluto hacia las palabras que nos constituyen como ciudadanos en democracia.
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Esta vez, para variar, las barbaridades no vinieron de Vox. O no solo de Vox. Esta vez las borricadas, las faltas de respeto, el lenguaje torcido se ha dejado escuchar con nitidez desde las filas del partido en el Gobierno. Y desde las de sus socios y simpatizantes. Como un coro de histriones con partitura compartida: la comparación del recurso del Partido Popular ante el TC con el golpe de Estado de Tejero. La amenaza más grave a la democracia desde el 23-F, togas en lugar de tricornios, magistrados en vez de guardias civiles, mazos en sustitución de pistolas…
Y desde fuera, como una voz en off, el que cada día tiene menos obstáculos para imponerse como intérprete supremo de la Constitución y de nuestra vida política al completo, el señor Presidente del Gobierno: «Tratan –dijo- de atropellar la democracia». De no conocer de sobra nuestra tendencia al esperpento, nuestros socios de Europa habrán podido llegar a pensar que lo que el jueves ha sucedido en España ha sido algo así como la suspensión del Parlamento británico decretada por Boris Johnson en 2019, o el asalto al Capitolio de los Estados Unidos alentado por Donald Trump en 2021.
La técnica es tan vieja como el hombre: imputar al enemigo tu propia ruindad. Sin embargo, la realidad de lo ocurrido es muy diferente. Frente a acusaciones tan graves como las de Íñigo Errejón, que llegó a hablar de suplantación de la soberanía popular por parte de los jueces, lo cierto es que los magistrados del Tribunal Constitucional, ante el pelotón de fusilamiento, ni siquiera se han atrevido a considerar la petición de suspensión de una sesión del Congreso. Se han limitado a pedir tiempo para ver cómo se defienden, o cómo encajan al fin, el último golpe a su independencia por parte del Ejecutivo. Han vuelto a poner en evidencia la fragilidad y la indefensión del poder judicial, frente a las otras dos columnas de toda democracia que se precie: la ejecutiva y la legislativa.
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De todo el repertorio de memeces que se pudieron escuchar el jueves, hay una, sin embargo, que sí merece que reflexionemos. Aquello que dijo Rufián, como corona sus despropósitos y sus desprecios a la democracia, de que «los golpes de Estado hoy día no se hacen con tanques, sino con desinformación». Es cierto. La manera más efectiva de minar la democracia, hasta terminar destruyéndola, es celebrar, cada día con más dedicación y más empeño, la ceremonia de la confusión. Saben de lo que hablan.
De tanto usarlas mal, las palabras y las expresiones se terminan rompiendo. Y con ellas se rompe también nuestro pensamiento. Y nuestra resistencia al autoritarismo. Antes fueron otros términos, pero esta semana la maquinaria de la demagogia ha acabado también por descafeinar un término tan importante para comprender las derivas de nuestra convivencia como es el de «golpe de Estado». Si es lo mismo recurrir a un tribunal que entrar con fuerza armada en el Congreso de los Diputados, lo mismo será también, por ejemplo, proclamar la independencia de Cataluña, desobedeciendo a los tribunales. Todo igual de grave, luego todo igual de fútil. Ya lo dijo Aristóteles, los enemigos más peligrosos de la democracia no son los tiranos ni los autócratas, sino los demagogos. Golpe a golpe, palabra desactivada tras palabra desactivada, terminan por confundirnos a todos. Y por derribar, hasta el último, los muros de la concordia.
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