Los colores, al igual que los olores, evocan emociones, nos transportan a otros escenarios, amigables o no. Me declaro adicta al rosa. Veo o pienso en ese color y se dispara el olfato. Una mezcla de algodón de azúcar y nube de gominola. Del mundo ... de las emociones, el rosa me sugiere protección, inocencia e incluso compromiso, como el que manifestamos cada 19 de octubre luciendo un lazo rosa en la solapa. Una se ve más saludable en el espejo si se tiñen de rosa los carrillos.
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En los bebés, el rosa natural de las mejillas denota plenitud, satisfacción, paz y relajación. Pero la armonía de este mundo rosa se ha resquebrajado por un momento esta semana. Debemos dar las gracias a un genuino informe de 200 páginas que firma el Ministerio de la Igualdad. El sesudo trabajo que ha supuesto 36 días de grabación y 100 horas para analizar 185 anuncios de juguetes en televisión, concluye que el color que da vida a los flamencos, tiñe corales y la arena de las Bahamas, en realidad oprime y reprime. Añade que perpetúa roles y estereotipos tradicionales y que constriñe hasta tal punto que no deja a los niños relacionarse en libertad.
Deberían de saber desde el Ministerio que el rosa no existe. No forma parte del espectro de luz visible. Es nuestro cerebro, el que mezcla dos colores, el rojo y el violeta, el resultado es el color que ahora demonizan. Así que no es el color, es el cerebro de un gobierno que solo se rige por dos, rojo y morado y que ve sexismo donde no lo hay. A modo de conclusión, me apoyo en la ciencia para afirmar que si tenemos un gobierno cuya mezcla de colores nos da el rosa, no debería existir. Pero aclaro, para lo que no debe existir es para decirnos que los colores son sexistas porque, como en la vida, para gustos los colores.
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