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Una de las recompensas que ofrece el ejercicio del periodismo es poder conocer a los personajes públicos de cerca, en situaciones muy diferentes a las ... que proyectan ante cámaras y micrófonos. Una cosa es la imagen que buscan para impactar en la sociedad y otra la esfera de su intimidad a la que los profesionales de la información tenemos acceso por las muchas horas que, a lo largo del tiempo, pasamos con ellos: viajes, comidas, reuniones, campañas electorales, conversaciones telefónicas, y ese trato cercano que dan las muchas situaciones en las que coincidimos, a veces a su pesar, y que hacen que tengamos una fotografía muy aproximada de cómo son en realidad.
Uno ha visto el temor reverencial que infundía en el Partido Popular, Francisco Álvarez Cascos en su época de secretario general. Era tal su poder y los modos y maneras con los que mandaba entre los suyos que éstos le conocían por el apodo de 'general secretario'. Bastaba una decisión suya para encumbrar a un candidato o para arrojarlo al abismo insondable del olvido eterno. Cascos era el poder con mayúsculas y, como tal, le rodeaba una cohorte de afines con actitud obsequiosa dispuesta a cumplir todos los deseos de su jefe, por particulares que fueran. Hoy, el fiscal solicita dos años de cárcel para él por apropiación indebida al haber utilizado fondos de Foro Asturias para gastos personales. Del desapego de la realidad que tenía dan cuenta los cerca de 400.000 euros que el exvicepresidente del Gobierno y expresidente del Principado, utilizó para juegos de vídeoconsola, entradas para la Copa Davis, zapatos, y hasta una cama con su colchón y su canapé. Un auténtico dislate que muestra los efectos de la ebriedad del poder.
Uno también conoció a Rodrigo Rato en su apogeo y vio cómo banqueros y empresarios le pretendían con extremos que rozaban en algunos casos el servilismo. Su poder fue omnímodo y como director gerente del Fondo Monetario Internacional tuvo tratamiento de jefe de Estado. Hoy, después de haber pasado por la cárcel, debido al caso de las tarjetas black de Bankia, el juez le envía de nuevo al banquillo por delitos contra la Hacienda Pública, blanqueo de capitales y corrupción entre particulares, por cuya imputación la Fiscalía Anticorrupción le pide una pena total de 70 años de prisión.
María Dolores de Cospedal lo fue todo en el PP, secretaria general, presidenta de Castilla-La Mancha y ministra de Defensa. Un poder fáctico que ahora sólo es recuerdo. El juez la imputa por el espionaje a Luis Bárcenas en el sumario de la operación Kitchen. A ella y a su marido, Ignacio López del Hierro, se les investiga por presuntos delitos de cohecho, malversación y tráfico de influencias.
No hace falta recordar lo que fue Mario Conde en este país en la década de los noventa. Un Sherman McCoy de 'La hoguera de las vanidades', un 'master del Universo' por cuya presencia y favor suspiraban hasta las más altas magistraturas del Estado. Un icono para los jóvenes estudiantes aspirantes a 'lobos de Wall Street', que terminó dando con sus huesos en la cárcel y encargando papel timbrado en el que debajo de su nombre figuraba la palabra 'preso'. Y podemos seguir: Eduardo Zaplana, Ignacio González y tantos otros ilustres reclusos más.
Del poder a la gloria no hay más que un paso, y de ahí al barro sólo dista otro, aún más corto. Poderosos de toda laya han conocido y conocen el envés de su pasada vida rutilante. La Justicia es lenta, pero actúa.
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