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No solo es el rodar del balón. No solo es el césped. No solo es un domingo de frío o de calor. No. Hay más. El padre y el niño, las fotografías del hijo de Losco. La felicidad del gol, y el regate, y la ... manta los días más gélidos. El fútbol, y ya se ha dicho, es la última de las pasiones que nos van quedando en un mundo que ha perdido los objetivos. El fútbol, en tiempos de guerra, es más que un consuelo. Y luego está la gloria, la máxima categoría, la visita de los dioses a los que se les puede hablar de tú. Vencerlos si se quiere y se puede.

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El fútbol pasa por ser el bálsamo más sano para sobrellevar una normalidad con temperatura de vacío. Llegan ecos lejanos de victorias y derrotas, y en un día como hoy se saca/ba La Leyenda y se iban bañando en este Jordán pincinao nuestros héroes. Ir, ver y nadar. Nada más ni nada menos. Porque el fútbol, ya digo, sobrevuela los males del mundo, las lógicas, y queda como lo que debe de ser. Una felicidad muy por encima de las riñas de gatos que sabemos que existen. Y con todo, la grada que se abre, el autobús que se detiene, el santiguarse antes de pisar el césped, que es el sagrado tapete que nos une. La comunión de la bufanda y en ese plan.

Y dejar el Infierno, y celebrar con mascarillas a elegir, y ya el verano metido en lo más desabrido del lunes. Es fútbol, claro, pero es mucho más. Es la vida, que se abre paso, con los errores del VAR y el dolor supuesto de una rodilla rota. El fútbol es el único populismo tolerable, quizá junto a los toros, y se trata de celebrar, de tocarse después de todo lo que hemos pasado.

Llegar, ver y golear. Nada más ni nada menos. Hoy es la gloria

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