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El glisofato es un veneno químico radical que una vez derramado en los campos arrasa con cualquier vestigio de vida. Los agricultores los emplean para matar las malas hierbas. Arrasa con todo lo que pilla por delante, una especie de bomba a pequeña escala, es ... decir, que no sólo acaba con las malas hierbas, expulsa también a los gusanos, las lombrices, los saltamontes, los ratones. La empresa que lo produce ha pagado millones para indemnizar a viejos usuarios con cáncer. Deduzco que se derraman miles y miles de litros de glisofato porque a veces, en plena primavera, es fácil toparse con grandes superficies amarillentas calcinadas por el veneno. Si los gobiernos permiten el uso del veneno será porque, puestos en una balanza, los beneficios que produce serán mayores que los posibles perjuicios. Claro que los gobiernos permitieron el DDT y luego, alarmados por las consecuencias fatales de su uso, lo prohibieron. De hecho, en algunos municipios, se ha declarado la guerra al glisofato.
Las catedrales son unos de los bienes patrimoniales más evidentes. Una catedral es una joya. Y, tras la catedrales, las iglesias, los palacios, las ermitas, los museos… las fuentes y hasta los potros de herrar. Todos estos bienes son objeto de protección y cuidado.
Algunas noches me despierto sobresaltado porque en mis sueños se cuela una máquina rodante que recorre las cunetas de nuestras carreteras aspergeando el glisofato macabro. ¿Sería una excentricidad declarar las cunetas parte de nuestro patrimonio? De la misma manera que hacemos un viaje de fin de semana para visitar San Pedro de la Nave en busca de una emoción estética, nos perdemos también por cualquiera de los parajes de Soria o Zamora, por hablar de dos provincias periféricas, y recorrer senderos y caminos en busca del temblor paisajístico. Las cunetas son maravillosas. Las flores se van sucediendo desde marzo hasta septiembre. Amarillas, blancas, moradas, granates, azules. Un festín para los ojos y para el olfato.
Y, bajo las flores, uno imagina a los pequeños animales que viven bajo la protección del lecho vegetal. Pues bien, aquí, en Castilla y León, las diputaciones por un lado y la Junta por otro, arrasan con las cunetas. No necesitamos incendiarios dado que ya los tenemos en la cúspide. Duele tanta insensibilidad. Me pregunto si desde la consejería de Medio Ambiente no pueden enviar un mensaje cariñoso a la de Obras Públicas afeando su conducta. O, mejor, que la Presidencia tome cartas en el asunto y prohíba por decreto que, al menos en las cunetas de nuestra tierra, ultrajada por tantos reveses, dejen vivir en paz a las florecillas silvestres y al pequeño reino animal que las pueblan, incluidos los moscardones y las mariposas. No creo que sea tan difícil. Todas las vidas importan.
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