Jordi Évole y Màrius Sánchez presentan 'No me llame Ternera' en el Festival de cine de San Sebastián el pasado mes de septiembre. EP

El glamour del horror

«Ante la necesidad de justificación del violento, no basta invocar la libertad de expresión: hay que defender el sentido moral de la conversación»

Reyes Mate

Valladolid

Domingo, 14 de enero 2024, 00:19

Hace un par de meses la opinión pública española estaba encendida con la aparición del documental 'No me llames Ternera'. Era una entrevista que hacía Jordi Évole a uno de los etarras más señalados, Josu Urrutikoetxea, alias Josu Ternera. Estaban, por un lado, ... quienes lo denunciaban por blanqueo del terrorismo; por otro, quienes lo justificaban en nombre de la libertad de expresión. Era un debate a ciegas pues casi nadie había visto el documental. Ahora que está a disposición de todo el mundo, conviene volver sobre él pues nos retrata a todos.

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Habría que empezar distinguiendo entre el hecho de la entrevista y su contenido. Es indudable que el periodista es poco complaciente con la vida y obra del personaje. Le recuerda sus crímenes, hurga en su responsabilidad como dirigente de una banda terrorista, le hace sudar tinta, desnuda sus contradicciones y consigue demostrar la falta de rigor moral y político de sus motivaciones criminales. Si el personaje etarra accedió a la entrevista con la intención de lavar la imagen de un ser deshumanizado, no lo consiguió. Se equivocan, pues, quienes denunciaban en la entrevista una operación de blanqueo. Y, sin embargo, esa entrevista no tiene justificación porque el problema no son los contenidos sino el hecho mismo de la entrevista

Un periodista alemán, que sí había visto el documental, fue preguntado sobre el mismo y respondió diciendo «si yo tuviera mañana la posibilidad de hacer una entrevista a Hitler, no la haría. Sí que hablaría con él pero para hacer un reportaje». Una entrevista, no, a pesar de lo golosa que sería para un periodista; pero un reportaje, sí: ¿cual sería la diferencia?. En la entrevista tú das al entrevistado la posibilidad de que se explique. Él lleva la iniciativa. En el reportaje, por el contrario, encajas sus palabras en un discurso que es el tuyo. Como todo discurso o pieza literaria tiene una intencionalidad moral, lo importante es ponerla de manifiesto sobre todo cuando hablas con un Hitler o con un Josu Ternera. Lo criticable, pues, en el documental de Jordi Évole es que da la palabra a alguien del que no nos interesa ninguna justificación moral ni política de sus actos, sino sólo algo que es lo que no se produce, a saber, que reconozca lo absurdo de toda su trayectoria, algo a lo que no accede porque el sentido de su entrevista es justificarse. Como dice una de sus víctimas, Francisco Ruiz, sólo esperaba de él «que se arrepintiera y pidiera perdón».

A estas alturas de la historia la opinión pública española debería compartir un suelo ético según el cual cualquier explicación/justificación proetarra debería ser considerada absurda por ilógica (el mantra del «conflicto», por ejemplo) e inmoral por cínica (endosar al Estado la culpa de los crímenes de Hipercor porque ETA ya «avisó de que lo iban a hacer»). Deberíamos aprender del periodista alemán y entender que a los alemanes actuales no les interesa la opinión de Hitler más que para rebatirla y manifestar su punto de vista moral respecto al pasado nazi. No hay que esperar de Josu Ternera ni los seguidores ideológicos de ETA nada que explique el pasado si no es el reconocimiento de lo absurdo de la violencia y la disposición a hacer justicia a las víctimas, de ahí el error del documental que da la voz a un etarra para que se explique. Por encima del golpe periodístico que supone entrevistar a un personaje como ése, debería estar el suelo ético que da por carente de interés cualquier justificación del pasado violento. Hay que huir del glamour de la violencia, de dar voz a los violentos.

Momento clave en la entrevista es aquel en el que dice no recordar un acontecimiento de 1978, el atentado a Hipercor en el que murieron 21 persona y 45 heridos graves y sí otro, dice, de 1944, la redada del Velódromo de Invierno, organizada por el gobierno de Vichy, que supuso la detención y deportación de unos 13.000 judíos franceses. El etarra no se acuerda de lo que tuvo que ver con él y sí recuerda (malamente, por cierto, pues la terrible redada tuvo lugar el 16 de julio de 1942 y no de 1944, como dice), algo que sólo conocía de oídas. Ese juego es una forma de convocar la sensibilidad antifascista, poniéndose del lado de las víctimas del gobierno francés colaboracionista, como si ETA formara parte de «la izquierda», de las víctimas. Creo que es un momento clave porque ese planteamiento enlaza con el de los herederos de ETA, ubicados ahora en Bildu, que también se reclaman «de izquierdas». ¿Puede ser una organización terrorista de izquierdas? Puede serlo como lo fue el estalinismo. Lo que esa parte de Bildu que viene de ETA debería entender es que toda la intencionalidad humanitaria que conlleven sus políticas sociales queda desacreditada en tanto en cuanto no reconozca la deshumanización de su momento fundacional. Mientras no lo hagan serán sospechosas de oportunismo. Arreglando alcantarillas tratan de ganarse a la gente para un proyecto político que ha sido una desgracia. Josu Ternera tendría entonces razón cuando dice que el error de ETA consistió, en el fondo, en no haber afinado el tiro provocando así más rechazo social que adhesión. Ante la necesidad de justificación del violento, no basta invocar la libertad de expresión: hay que defender el sentido moral de la conversación.

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