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Tuve hace poco la oportunidad, el lujo de visitar el Museo de la Imagen en Movimiento de Nueva York. Un espacio, como su nombre indica, dedicado a elevar a categoría de arte las obras maestras que tanto el cine como la televisión nos han ido ... dando desde su nacimiento. Tuve además la suerte de caer en él justo cuando puede visitarse la exposición dedicada a Jim Henson y Frank Oz. Si a estas alturas está arqueando las cejas sin comprender de quiénes estoy hablando, déjeme que se las relaje contándole que ambos son los creadores de maravillas como 'Barrio Sésamo', 'Los Teleñecos' o 'Los Fraggle', entre otras joyas. Puede que usted no sea consciente de la importancia, la relevancia, que la obra de estos dos genios ha tenido en la formación, sentimental y cultural, de medio mundo. En España, 'Barrio Sésamo' solo influyó en un par de generaciones porque demasiado pronto fue retirada de antena y sustituida por productos nacionales como 'Los mundos de Yupi' o 'Los Lunnis'. Pero la serie lleva en el mundo desde 1969 y se ha emitido en más de 30 países.
Posteriormente, Henson y Oz reunieron las principales figuras del espectáculo en 'Los Teleñecos' y, años más tarde, dieron una lección de nuevo a un montón de niños, sobre el orden económico del mundo en el que viven en esa metáfora de los estratos sociales que es 'Los Fraggle'. Todo esto agachados tras un muro y con un peluche metido en el brazo que, con dos ojos pegados y una mano haciendo los movimientos de la boca, explicaba a los niños algunos de los complejos conocimientos que ni la mayor reunión de profesores, psicólogos infantiles y pedagogos había sido capaz de convertir en asequible y amena para los niños.
Recuerdo, en mis tardes frente a la tele viendo 'Barrio Sésamo', cierta mirada de displicencia de mis padres ante la tele mientras yo aprendía las posibilidades de la letra B o la conveniencia de saber la diferencia entre lo que está cerca o lo que está lejos. Miraban esto mis padres con la superioridad de quien ya se sabe todas esas cosas tan sencillas sin entender que, probablemente a ellos, les costó horas de encorvarse frente a un libro y apretar sus meninges y a mí me lo estaba contando un monstruo azul que, además, me hacía reír.
Tendemos a despreciar lo que parece fácil hasta que tratamos de hacerlo nosotros. Prueben a hacer la croqueta perfecta, a explicar cómo llegar a una dirección donde sabemos ir de memoria, a envolver un regalo y que les quede tan bien como cuando se lo hace en la tienda la persona que sabe hacerlo. Estamos acostumbrados a aplaudir la complejidad y no la consecución de lo sencillo, y, a poco que se piensa, igual de complejo de lograr es una cosa u otra. Por eso no me avergüenza decirles que, ante un trozo de tela verde con ojos –llamado Kermitt– movida por un brazo de la manera correcta por un genio agachadito, sentí un temblor similar al que me han provocado algunas de las más complejas fugas de Bach.
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