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Supongo que existen hechos y acciones cuya interpretación no puede practicarse en abstracto, como si se tratara de una simple operación aritmética. La noticia de que una maestra de Terrassa había agredido supuestamente a una alumna de 10 años por dibujar una bandera española en ... un trabajo escolar se convirtió la semana pasada en un aldabonazo contra el sentido común. Resultaba tan disparatado que parecía increíble. «Seguro que es una 'fake news'», pensé. Sin embargo, poco después se confirmó su veracidad, con algunos matices que ahora no vienen al caso. Lo esperpéntico de la noticia ha alimentado multitud de artículos. Entre otros, uno de Félix de Azúa, 'La maldad', que me ha interesado no tanto por la anécdota de la que parte sino por la interpretación del hecho, por el razonamiento que sostiene: el caso de la niña reprendida por pintar la bandera española «es solo un ejemplo, casi trivial», escribe Azúa, «dentro del diluvio de agresiones que sufren a diario los catalanes que no son nacionalistas». Su tesis es que a los nacionalistas les gusta acosar, agredir, pero se reprimen «porque creen que es malo para la propaganda» y «saben que su nación onírica se basa en la propaganda, el soborno y la subvención».
Cualquier hecho aislado, si no se conocieran las circunstancias y el proceso (nunca mejor dicho) en que surge, resultaría difícil de interpretar, de valorar. De ahí lo necesario de contar con opiniones, con evaluaciones críticas de la realidad desde una perspectiva no sectaria y auténticamente libre. La diferencia entre un chiste y un tratado de filosofía. Entre un chascarrillo y un argumento.
Tales premisas son de aplicación, como es lógico, no solo a la realidad catalana y a las lúcidas consideraciones de un profesor y catedrático como Félix de Azúa. El conjunto de la realidad debe estar sometido a las mismas reglas. Por ese motivo me parece también digno de resaltarse reportajes como el de Javier Guillenea, que publican esta semana los periódicos regionales de Vocento, sobre el castigo a la fidelidad que sufren los consumidores británicos de telefonía, seguros y servicios financieros. Una realidad que, de partida, puede parecernos también insólita y paradójica. ¿Penalizar por la lealtad? ¿Hacer que paguen más quienes se muestran más fieles y leales con los servicios de la empresa? Javier Guillenea titula su trabajo: 'Castigo a la fidelidad'. Reconozco que mi primera impresión al leerlo es la de vivir acechados por prácticas que podrían englobarse también bajo el mismo título que el artículo de Azúa: La maldad.
No por las semejanzas anecdóticas con el caso de la profesora catalana, sino por el hecho de que es un problema, un conflicto de intereses, en el que las circunstancias y el contexto son lo significativo. Tan significativo que el Gobierno británico «estudia multar a las empresas que cobran más a sus clientes leales». Buena parte del reportaje explora, como es natural, las posibles similitudes con la realidad española en los citados sectores: seguros, telefonía y servicios bancarios. En fin, el valor del periodismo –informativo o de opinión–, creo que es poner el foco, la crítica, donde se imponen las sombras.
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