El general no tiene quien le escriba
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A esa mitad de ciudadanos que ha nacido después de la muerte del dictador, más que un ajuste democrático les ha parecido una alucinaciónSecciones
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A esa mitad de ciudadanos que ha nacido después de la muerte del dictador, más que un ajuste democrático les ha parecido una alucinaciónNo ha sido al tercer año, como aventuraba Vizcaíno Casas, sino al cuadragésimo cuarto. Y tampoco hubo neblina, como cuando Paul Naschy abrió el sepulcro de la vampiresa en 'La noche de Walpurgis'. Si acaso se notó un «viento tibio, incipiente, lleno de voces ... del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces», como escribió García Márquez. Pero hubo espectáculo, eso sí, en el caso de la resurrección de Franco. 'Show' televisivo. Réplica de Rosa María Mateo a José Luis Sáenz de Heredia. Algo así como el último episodio de 'Cuéntame'. Y sin embargo, da la impresión que tan aparatosa discreción ha servido más para destapar el frasco de la morriña –¿dónde estaba usted el día que lo enterraron?– que para mover el corazón político de los españoles. Ni en un sentido ni en el contrario. A esa mitad de ciudadanos que ha nacido después de la muerte del dictador, más que un ajuste democrático les ha parecido una alucinación. Incluidos el helicóptero y el espectro de Tejero.
La oposición le ha afeado al presidente en funciones utilizar los restos de Franco como propaganda electoral. Sin embargo, y a juzgar por lo que dicen las encuestas, el efecto ha sido el contrario. Aquellos «cuatro nostálgicos» del franquismo, que se decía en los ochenta, ya no son ni cuatro. Porque los que hoy se deciden por los caminos de la ultraderecha, que no son pocos, están en otra cosa, no sé si más peligrosa. El anti NO-DO de Calvo, con toda su parafernalia volandera, se queda pequeño ante la cruda realidad de este país. Con la sinrazón de Cataluña a la cabeza. Mientras Franco sobrevolaba la sombría Cruz de los Caídos, grupos de estudiantes se enfrentaban a los piquetes y reabrían las aulas de la Universidad de Barcelona, cansados de tanta pérdida de tiempo. De energía. De oportunidades.
A estos muchachos, más que el fantasma de Franco lo que les preocupa son las cifras del paro, que no son buenas. Y la validez en el mundo de sus títulos universitarios, que ahora mismo dependen de la guerra sorda entre Donald Trump y Xi Jinping. Y sobre todo les preocupa, como nos preocupa a todos, hasta dónde puede llegar esa guerrilla callejera que se les ha ido definitivamente de las manos a los separatistas. Por unos días, la gota fría parece que ha conseguido apagar las hogueras de los violentos. Pero se anuncian otras nuevas. Alentadas desde el propio gobierno de la Generalitat.
Ni Franco ni Cataluña. Ninguna de las dos grandes maniobras orquestales del presidente parece que hayan obrado a su favor. El general no tiene quien le escriba. Ni el 'president' quien le contenga. Tal vez lo de Franco se quede en anécdota. Pero lo de Cataluña es un verdadero estigma. Mirando ahora el despertar de las banderas de Franco, es difícil no hacer otras cuentas. No son 44 años, sino más de cinco siglos, los que los de las flechas –la F de Fernando– llevan agitando sus vidas y, como consecuencia, también las de sus hermanos, los del yugo –la Y de Ysabel–. Por decirlo con caridad. Pero eso tampoco les importa mucho a la mitad de los españoles que nacieron después del 75. Nostalgias tenaces, como dice Gabo, que envenenan el aire del porvenir.
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