Secciones
Servicios
Destacamos
Entró el hambre por la puerta, pero el amor jamás pudo salir por la ventana. Ni estuvo ni hubo una sola criatura con dos dedos de frente que sufriera el delirio de esperarlo en este breve y estrambótico matrimonio de conveniencia entre Alfonso Fernández Mañueco ... y Francisco Igea. Ni siquiera sus respectivas familias estuvieron sincera y honestamente satisfechas con el experimento que pusieron en marcha ambos protagonistas después de mostrar impúdicamente no pocas debilidades en las costuras que habrían de mantenerlos unidos a sus respectivos aparatos de partido, además de otras tantas contradicciones en los circunloquios de sus propios discursos.
Ahora es tarde para repasos. El matrimonio, en definitiva, cumplió con su objetivo, que nunca fue el de alcanzar un gobierno estable en Castilla y León sino el de mantener a Tudanca lejos de lograrlo.
Sin embargo, la aventura acabó como toda la concurrencia imaginaba: mal. Ni despedida amistosa, ni reparto pacífico de bienes, a pesar de que Francisco Igea siempre supuso desde su posición privilegiada de gozne que escogía una opción útil con la que tendría la posibilidad de exhibir las virtudes de su gestión con un selecto equipo de confianza; un menú degustación para mostrar al electorado las ambrosías de su cocina, la viveza de una impronta naranja que se ha desleído inevitablemente ante sus ojos. Pero se equivocaba, como la paloma de Alberti, porque puso rumbo al norte cuando su partido lo hacía al sur y hablaba de trigo cuando Arrimadas decía que mejor agua. Nunca estuvo Igea bien situado en el tablero durante toda esta partida. Desde que decidió abandonar la comodidad y el relumbrón del Congreso de los Diputados para librarle al partido del papelón que hubiera supuesto el liderazgo de Silvia Clemente, perdió todo compás en los pasos de esta zarabanda.
A Fernández Mañueco, por su parte, le urge rematar la jugada convenciendo al electorado de que esos presupuestos sociales tan urgentes y necesarios que pide Castilla y León a gritos ya no son tan perentorios ni, por supuesto, tan importantes como él mismo defendió hasta el pasado domingo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.