Gastad, malditos
El óxido del verano ·
«El otro día, sin ir más lejos, me dio por comer caracoles, los auténticos ganadores de esta pandemia. Entré como con miedo, a lo mesetario»Secciones
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El óxido del verano ·
«El otro día, sin ir más lejos, me dio por comer caracoles, los auténticos ganadores de esta pandemia. Entré como con miedo, a lo mesetario»Hay que ver qué bien le ha venido esta pandemia al carácter de nuestros camareros. Están todos como convertidos de golpe a la magia de la sonrisa, felices como una pastelera protestante, me recuerdan un poco a San Pablo cayendo del caballo y abrazando ... la fe de golpe. Los siento como tocados por 'Mister Wonderful', acariciados por un tul vaporoso, como si a la vida le hubieran puesto la media esa que tenía la cámara para enfocar a Sarita Montiel y tapar los defectos de su rostro. Como si los tuviera. Ahora todo se ve como con un aura dorada y el camarero -otrora pasivo-agresivo-, se torna amable, servicial, risueño, angelical como un cuadro de Murillo, sonriendo con los mofletes colorados como esos querubines que pintaba Rafael. Yo los dejé con cara de mala leche, ojeras y un escudo del Atleti de cuando el doblete y me los encuentro felices como cuando tu hija te pinta su primer 'christmas'. Dulces como una contrarreforma a tiempo.
Lo han tenido que pasar fatal y, por eso, yo los estoy apoyando como si me fuera la vida en ello, sin faltar un solo día a mi compromiso con la reactivación económica. Hasta la cirrosis, siempre. Pero no logro acostumbrarme a tanta hospitalidad, que a veces parece que me hubiera teletransportado a la calle San Jorge -Triana, España- y estuviera en 'Casa Manolo' que es la verdadera 'culla della civiltà' y no Roma.
Esto es incluso excesivo. No es que me parezca mal, solo que no estoy acostumbrado a la caricia y me llama la atención. El otro día, sin ir más lejos, me dio por comer caracoles, los auténticos ganadores de esta pandemia. Entré como con miedo, a lo mesetario: «Disculpe, buen señor. Me preguntaba si tendrían ustedes caracoles y, en caso afirmativo, si sería posible que este humilde paisano pudiera sentarse en una de sus mesas a dar buena cuenta de ellos, previa desinfección integral y entrega de aval bancario». Lo normal en febrero. Y también normal hubiera sido que el camarero te mirara con cara de perdonarte la vida y, con un rictus como de espagueti western te hiciera un gesto con el dedo que tú debes saber interpretar como signo de clemencia y leve afirmación. «Que sí, coño, que te sientes».
Pero esta nueva normalidad nos trae sorpresas. En lugar de con Clint Eastwood me encontré con un «faltaría más, buen amigo. Siéntese donde plazca, le traigo una carta electrónica, certificado de penales, estatuto de limpieza de sangre, bula papal y, faltaría más, también unos caracoles de los de mayo, de los de 'pal amo', que aquí no es otro sino usted, amable visitante y ya amigo. No se quede en la puerta y pase a esta, su casa».
Algo parecido me ha sucedido en una tienda de calcetines, de esos cortos, como de 'milenial', que me he comprado por exigencia de mi hija. Y en una confitería, en la frutería y en la óptica. Hasta he topado con una taxista que parecía Julie Andrews pasadita de THC. Qué amabilidad general, que empatía, qué afrancesados modales, qué éxito el curso de asertividad de la Cámara de Comercio.
El virus habrá destrozado el PIB y la primavera, pero ha traído dosis de humildad y sonrisas colaterales. No sé si de esta saldremos mejores, pero me conformaría con salir más humanos, más amables, como si el cielo de Castilla no pesara tanto, como si vivir no fuera tan grave ni la Verdad tan rotunda.
Ahora que todos somos amables y que entrar en un bar es como entrar en Tiffany's, hay que hacer el paseíllo despacito y brindar cada vino desde los medios, como el acontecimiento que en realidad es. Porque lo importante es que nuestros cantineros vuelvan a ponerse delante de la cara del toro, cuanto antes, de frente, sin parches en el ojo, volver a dar las ventajas, quedarse quieto, pasar mucho miedo y jugarse la bragueta, que es lo que están haciendo. No creo que nos quede otra que ser parte de este espectáculo en tonos rosa palo y responder a este nuevo mundo como de carpeta de adolescente con un compromiso verdadero que, por supuesto y como siempre, no está en el corazón sino en la cartera, justo al lado del carnet de identidad. Se llama tarjeta de crédito y salva bares. Y vidas.
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