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Un camarero sirve una mesa en una terraza de Segovia. ANTONIO DE TORRE
El óxido del verano, un homenaje a los camareros

Gastad, malditos

El óxido del verano ·

«El otro día, sin ir más lejos, me dio por comer caracoles, los auténticos ganadores de esta pandemia. Entré como con miedo, a lo mesetario»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 3 de julio 2020, 08:06

Hay que ver qué bien le ha venido esta pandemia al carácter de nuestros camareros. Están todos como convertidos de golpe a la magia de la sonrisa, felices como una pastelera protestante, me recuerdan un poco a San Pablo cayendo del caballo y abrazando ... la fe de golpe. Los siento como tocados por 'Mister Wonderful', acariciados por un tul vaporoso, como si a la vida le hubieran puesto la media esa que tenía la cámara para enfocar a Sarita Montiel y tapar los defectos de su rostro. Como si los tuviera. Ahora todo se ve como con un aura dorada y el camarero -otrora pasivo-agresivo-, se torna amable, servicial, risueño, angelical como un cuadro de Murillo, sonriendo con los mofletes colorados como esos querubines que pintaba Rafael. Yo los dejé con cara de mala leche, ojeras y un escudo del Atleti de cuando el doblete y me los encuentro felices como cuando tu hija te pinta su primer 'christmas'. Dulces como una contrarreforma a tiempo.

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