Pau Gasol no es Piqué. No. Entre ambos, más allá de lo culé, media un abismo que es el de España entera. Es lo que va de Churchill a Gabriel Rufián, y uno que arriesga demasiado en la comparación. Gasol tampoco es Guardiola, con su ... falsa humildad de profesor sustituto de Gimnasia, y por eso lo sacamos en esta columna. A mi perro Lupo y a mí nos apenó la retirada de Gasol, puede que porque a Pau lo dábamos como incombustible y ahora que se va, nos señala el paso indeleble del tiempo. De alguna manera, esta entrada de Gasol en la era de los homenajes tiene mucho de fin de ciclo: el que empezó con Barcelona 92: cuando España se fijó en el deporte. Quizá la gloria de España pasara primero por el primero (sic) de Indurain, después por Saitama, y todo haya acabado en esta semana sucia de octubre en la que el frío moral se va metiendo a cuchilladas en mitad del pecho.
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Gasol se ha ido sin alardes, entre el respeto de los suyos, y ha dejado España en estado de páramo. Sin estatuas olímpicas a las que aferrarse cuando la lava del sanchismo nos acogota de mala manera.
Toda una vida estuvimos con Gasol, como toda una vida estuvimos con Casillas –hasta el infarto–. Y como toda una vida estuvimos con el ya citado Miguelón, hasta que se bajó de la bicicleta antes de Covadonga. Todo deportista deja en el lector una memoria 'proustiana' y feliz, quizá con la excepción de Alonso, que nos salió resabiado y empezó a atragantársenos entre la gloria, el esófago, el alma y la trócola.
Se acaba el tiempo de los héroes y empieza el de los 'influencers'. Así en el deporte como en la vida.
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