Eloy Alonso. Efe

Garzón como síntoma

«Si se repasan los nombres y trayectorias de los responsables ministeriales desde la UCD para acá, se observa empíricamente cómo ha descendido la calidad profesional de los elegidos»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 18 de enero 2022, 00:13

Pasado el huracán que ha zarandeado la maltrecha credibilidad del 'dizque' ministro de Consumo, queda la estela de su insoportable levedad en la política de este país. Que Alberto Garzón haya llegado a sentarse en la mesa del Consejo de Ministros, no es sino el ... epítome de la actual situación de las instituciones. Estaríamos de acuerdo en que este sujeto sería difícilmente contratable por una empresa que tenga entre sus objetivos la búsqueda de la excelencia. No hay en sus acciones una sola que permita recomendarle como fichaje a ninguna organización mínimamente responsable. En su afán por generar notoriedad, lo mismo la emprende con los chuletones, que convoca una «huelga sexista» de juguetes o critica la calidad de la carne española en un medio británico. Da igual. Lo importante es hacer que hace, ocupar su tiempo, dotar de épica a un ministerio que siempre fue una discreta dirección general, hasta que hubo que hacer hueco para colocar a los de la coalición de Podemos y a él, por esas inexplicables cosas de la vida, le correspondió subir al coche oficial en representación de una cuota.

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Si se hace el ejercicio nostálgico de repasar los nombres y trayectorias de los responsables ministeriales desde la UCD para acá, se observa empíricamente cómo ha descendido la calidad profesional de los elegidos para tan alta representación. Incluso los integrantes de aquel 'gobierno de PNN' (profesores no numerarios, para los más jóvenes), se asemejarían a Einstein, comparados con los actuales. Como Joaquín Martínez, aquel banderillero del diestro Juan Belmonte, que devino en gobernador civil de Huelva, el resultado se explica con aquel célebre: «Degenerando, maestro, degenerando», con el que respondió a la pregunta del matador acerca de cómo había llegado a ocupar el cargo. Y la culpa de la mala calidad de la llamada clase politica hay que repartirla, para ser justos, entre el conjunto de la sociedad.

La gente no quiere que los altos cargos cobren un salario equivalente al que percibirían por una labor similar en el sector privado. Además, se escudriñan impudicamente sus cuentas corrientes, posesiones y propiedades inmobiliarias, se hace extensiva esta indagación a sus familiares más cercanos, se les somete a una crítica implacable, cuando no al pim, pam, pum de la opinion pública, se les tritura y, finalmente, se les declara incompatibles con casi todo durante dos años. Así las cosas no es de extrañar que sólo se dediquen a la politica aquellos que no pueden ser otra cosa, o quienes poseen una vocación por los cargos públicos rayana en lo patológico. El resto, huyen con sabiduría de un territorio tan pantanoso y buscan refugio en acomodos laborables más amables y mejor remunerados.

Garzón es un síntoma de lo que hay, alguien que transita de metedura en metedura de pata, en la confianza cierta de que nadie le quitará el cargo porque es propietario de una cuota que le hace intocable. No tardará mucho en volverlo a hacer, porque la inanidad va en su naturaleza. Decir melonadas, proponer sandeces y vestir el cargo con una pomposidad impropia, forma parte de su ADN político y eso no va a cambiar. Lo desconsolador es descubrir la situación existente a la izquierda del PSOE, ese lugar en el que se movieron, en tiempos, el PCE e Izquierda Unida, y que siempre dio síntomas de vida inteligente, por más que se pudiera discrepar de sus postulados ideológicos.

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Obviamente, es lo que hay. Y quizá el país no demanda otra cosa resignado como está, desde hace tiempo, a la más triste y absoluta mediocridad.

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