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El mes de agosto, vacío de noticias cercanas si se excluye el último tramo de la pandemia aunque esta vez repleto de agitación internacional -con el Vietnam 2 de los Estados Unidos y de Occidente en pleno desarrollo-, sirve a los medios, ávidos de contenidos, ... para recapitular pasar revista con perspectiva nueva a los sucesos relevantes de nuestro cercano y agitado pasado. El paso desde la mayoría absoluta de Rajoy al actual gobierno de coalición ha sido un tormentoso viaje de la inteligencia y la sinrazón, del azar y la necesidad, de la habilidad estratégica y la torpeza mayúscula.
Un conjunto de sucesos de diversos signos nos ha traído al presente, desde el que contemplamos el trayecto con una perspectiva basada en la sospecha de que todavía no se ha asentado del todo el viaje al futuro: el PSOE por un lado y el PP por otro van adquiriendo cuerpo y envergadura por procedimientos distintos,basados ambos en la relativa convicción de que, al final, todas las disputas efectivas residirán en el centro, que es donde habita la madurez de este país. Pero PP y PSOE no se bastan por ahora para gestionar el Estado, y hacen falta ajustes para que se alcance un equilibrio más o menos estable entre los dos vectores políticos que ya no se apoyan en un bipartidismo imperfecto pero sí en un binomio ideológico fácil de identificar.
Una de las formaciones que han jugado un papel muy significativo en este viaje ha sido Ciudadanos, de la mano de un desequilibrado -en el sentido literal y no peyorativo de la palabra- que es Albert Rivera, que consiguió el prodigio de hacer de la nada un gran partido centrista y que arrojó por la borda todo lo conseguido sin una razón inteligible, guiado por sus impulsos inidentificables y obstinadamente cerrado a obedecer al dictado del simple sentido común.
Ciudadanos nació en Cataluña como una fuerza reactiva a los excesos nacionalistas en que llegó a incurrir el propio PSC y tuvo un meritorio éxito al conseguir exportar el tono y el mensaje a toda España en funciones de partido bisagra, que, definiéndose como socialdemócrata y liberal, se apoderó de un importante segmento del electorado intermedio. 57 escaños logró Ciudadanos con Abert Rivera al frente en las elecciones de abril de 2019, una cifra que le hubiera permitido el sueño de toda bisagra: completar la mayoría absoluta de uno de los hemisferios, en este caso el izquierdo ya que PSOE y Cs sumaban nada menos que 180 diputados.
Pero Rivera se negó en redondo a tal operación. Sus motivos nunca fueron del todo explicados por lo que cabe hablar de arbitrariedad. Lo que sí es notorio es que el líder de Cs, desquiciado por su propio éxito, quiso dejarse de bisagras y convertirse en líder de la derecha. No lo consiguió en las mencionadas elecciones. Pero por si podía quedarle alguna duda, las elecciones municipales y autonómicas celebradas en mayo debieron convencerle de que el sorpasso era una fantasía, de que quienes lo halagaban con aquellas pretensiones de ser él mismo presidente del Gobierno estaban faltando a la verdad y le empujaban al despeñadero.
Solo un desequilibrado pudo cometer una torpeza de aquel calibre. Después de llegar a lo más difícil, pudiendo haber sido un vicepresidente con peso propio durante un cuatrienio, decidió arrojarse al barranco forzando unas nuevas elecciones generales, que, como cabía imaginar, provocaron el mayor derrumbe que padeció jamás partido alguno en dos elecciones consecutivas: pasó de los 57 escaños a 10, de contar con el 15,86% del electorado al 6,86%.
Lo lógico es que el responsable de un naufragio tan inapelable se marche para siempre de la política porque es manifiesto que no sirve para estar en ella, y eso ha hecho Rivera, aunque con pretensiones -está navegando en temas de liderazgo cuando lo único evidente es que no conoce la asignatura- y sin dar una explicación racional del disparate que laminó las esperanzas y ambiciones de mucha gente que le había acompañado cuando aún podía aceptarse que Rivera era lo que parecía: un político moderado, tranquilo y capaz de entender la realidad. Luego se vio que todo era un espejismo.
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