La futilidad del infierno

Miente Homero, mienten los clásicos. El descenso a los infiernos no nos transforma. Ulises, después de ver el espectro de Aquiles –«Quisiera ser el más pobre de los campesinos que se revuelcan en los estercoleros...»– siguió siendo el mismo: un cabrón. No hace mucho que ... hemos bajado al infierno, al de los hospitales, al de las UCIs, al de los tanatorios como campamentos militares, al de las residencias de ancianos como casas de los muertos... El infierno fueron las calles, andábamos como si nos aguardara un francotirador de Sarajevo; los entierros, sin gente; las cenizas en una urna; las urgencias; los que viven en soledad, la cuarentena de la vida. Pero ya se nos ha olvidado, todo se ha olvidado, mienten los clásicos, la Literatura es una farsa. Nos lo advirtió Sándor Marai antes de pegarse: es una estafa esto de la Literatura, de la vida. Ayer en el infierno y ya nos estamos peleando por ir antes que nadie a la playa, por hacernos fotos en las terrazas con una caña... Matamos por cambiar de fase, por reactivar el turismo, por hacer una barbacoa, por el fútbol. ¿Infierno? ¿De qué infierno me habla? Al fin y al cabo, casi todos los muertos eran viejos, los que han perecido como perros eran viejos. ¿Qué les importan esos viejos a los jóvenes que llenan las calles sin mascarillas, con la insolencia que sólo tiene la juventud? ¿Qué nos importaban a nosotros cuando se les impedía el paso a los hospitales, cuando se les condenó a morir sin asistencia? Qué frágil la memoria, qué persistente el olvido.

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