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No sé quién tendrá la razón. Probablemente ninguno. O si acaso un poco los dos. Pero ya solo la trama es digna de Shakespeare: deslealtad, ambición, celos, traición, cuchilladas por la espalda... No hablo de Macbeth ni Hamlet sino de Luis Enrique y Robert Moreno, ... que no tienen nada que envidiarles. Por si no sufriéramos lo bastante con esa horrible polarización ideológica a la que nos somete la política obligándonos a elegir continuamente entre una de las dos Españas, ahora viene la tercera, la de la selección de fútbol, planteando su propia dicotomía, un nuevo frentismo, otro 'o conmigo o contra mí' tan ibérico como el jamón. ¿Es Robert Moreno un trepa sin escrúpulos? ¿O Luis Enrique un divo que no soporta que le hagan sombra?
Nada como un dilema entre dos personalidades contrapuestas para proyectar todas nuestras fobias y frustraciones sobre una de las partes y entregarnos al 'ellos y nosotros', a ese maniqueísmo feroz que últimamente amenaza con desbancar al fútbol como deporte nacional. Resulta tan gratificante sentirse ungido por la razón absoluta, dueño de una superioridad moral digna de mirar al enemigo por encima del hombro; es tan tentador apuntarse a un bando, atrincherarse en él y desde allí lanzar toda la artillería contra el bando contrario, convencidos de que nos asiste la razón que emana de la verdad absoluta...
Dicen que el pensamiento determina las emociones. Yo creo que es al contrario, que el mono que llevamos dentro siente de golpe una emoción primaria y luego nuestra parte racional la justifica y adorna con argumentos. Que quien aborrezca de antemano a Luis Enrique habrá entendido su acusación de deslealtad como una prueba irrefutable de su insaciable ego. Y quien por el contrario lo admire lo verá como una pobre Margo Channing en manos de la avariciosa y rampante Eva Harrington, en 'Eva al desnudo'. Pero yo, cada día más alérgica a las trincheras (a medida que se van cavando más profundas), diría que ni Luis Enrique es Bette Davis ni Robert Moreno, Anne Baxter. Probablemente detrás haya una intrincada red de ambiciones, rencores y celos mutuos mucho más compleja y sutil que ese deporte a dos bandos que Forges denominó el 'Furmbo soluto'.
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