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Fuego a San Isidoro
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«Este fin de semana un símbolo de la ciudad se ha evaporado entre las llamas hasta dispersarse entre ceniza. Así somos los leoneses, todo aquello que admiramos lo tiramos a la hoguera»La hoguera de San Juan en León capital, un clásico festivo que, siguiendo la tradición, ha desprendido lenguas de fuego en la medianoche del 23, en esta ocasión era un ninot. En su cara Este representaba a San Isidoro, y en la Oeste, el ... Congreso de los Diputados. Historia pasada, presente y futura en cartón-piedra, ejemplo de los muchos méritos para la Cuna del Parlamentarismo.
Daba igual el perfil que presentara esta arquitectura festiva porque, en todo caso, quien llamaba la atención era esa figura en lo más alto de la torre: el gallo de la Colegiata, el reluciente gallo que en su día portaba piedras preciosas en sus ojos.
En la realidad ese gallo, demasiado olvidado por los leoneses, es de cobre plomado recubierto de oro y permanece desde siglo XI siendo la veleta que indica la dirección del viento en lo más alto de la Colegiata. Un gallo vigilante, atento, primerizo.
Su figura, esbelta, le hace ser coetáneo de Mahoma, todo un descubrimiento realizado sobre el año 2004 y que concedía a esta figura de 87 centímetros desde el pico a la cola y casi 57 centímetros de alto un protagonismo histórico excepcional e inédito.
Los gallos, como el de San Isidoro, fueron situados en los santos lugares para suplir a las cruces, retiradas tras la conquista. En este caso, se trata de un gallo persa sasánida, según mantiene la historiadora Margarita Torres, quien siempre ha puesto en valor y ha defendido la importancia de este símbolo y la necesidad de que el mismo sea admirado. Un gallo como el de San Isidoro debería ser de culto obligado por lugareños y visitantes.
Pero la realidad es que este fin de semana un símbolo de la ciudad se ha evaporado entre las llamas hasta dispersarse entre ceniza. Así somos los leoneses, todo aquello que admiramos lo tiramos a la hoguera. Una vieja fórmula para regenerarse, o para librarse de la competencia.
Y todo, con polémica. Quemar el gallo de San Isidoro ha puesto de uñas a los puristas porque, según han advertido, la hoguera de las fiestas, la de San Juan, siempre ha tenido una tradición que no debería haberse roto en ningún caso en la capital: madera lisa, casi pulida, y tronco sencillo, base de gasolina con cuentagotas, y una cerilla. Por lo estético, ver arder el conjunto con sello fallero ha sido un acierto. Ha lucido, sí señor. Al menos, esta vez había novedad y eso siempre se agradece –excepción hecha de los citados puristas, a los que cualquier cambio les produce urticaria–.
Desde su atalaya este singular gallo, orgullo de la tierra leonesa, ha presenciado a quienes acudieron hasta el fuego purificador para cumplir con otra tradición: quemar los malos deseos invocando un futuro mejor, lleno de más y mejores fortunas para los interesados.
Por allí se pudo ver a los principales líderes políticos de la provincia de León. Algunos con un saco entero para hacer arder. Todos con su pesar y con su pena. No son hoy buenos tiempos para ser político, desde luego que no.
Quien mejor lo sabe es el alcalde de la ciudad, Antonio Silván, que ha visto cómo el castillo político levantado sobre su entorno se ha desmoronado poco a poco, sin prisa y sin pausa. Y la caída no ha terminado. Parece un drama, pero no lo es. La política es cíclica.
Lo saben bien algunos de sus compañeros de partido y lo sabe el propio gallo de San Isidoro, tan lustroso en su momento, tan olvidado tiempo atrás, tan predispuesto para encandilar de nuevo a todo León, tan preparado para morir en el medio de la hoguera, y para volver a revivir.
Es el fuego, siempre purificador.
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