![Fredericka](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202005/16/media/cortadas/1424623069-k8pH-U110186694261wxC-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Algo bueno habría de venir en medio del vendaval sigiloso de miedo y angustia. Hablamos de un virus siniestro que apunta a la muerte. Y, para combatirlo, el personal sanitario, desde las limpiadoras hasta los cirujanos, arriesga su vida para salvar la nuestra. Por ellos ... salimos a las ocho a los balcones los que estamos sanos para aplaudir con empeño. Son como esa luz que se cuela por las zarceras y renueva el oxígeno de las bodegas. Y, de paso, aplaudimos a los bomberos, a los policías, a los barrenderos, en fin, a los nuevos héroes de nuestro tiempo. Aplaudir se ha convertido en un rito solidario que refuerza la sensación de pertenencia a una sociedad que tendía al individualismo. Uno, dos o tres minutos, una chaparrada de aplausos.
Hace unos días, nada más aplaudir desde el balcón de mi cocina, salí corriendo a estirar las piernas y descubrí que a doscientos metros de mi casa todavía estaban los vecinos asomados a sus balcones. ¿Qué pasa aquí? Enseguida me llegó el eco de una voz conmovedora. Se trataba de una muchacha rubia vestida con un tul de seda verdigris. Cuánta expectación en los balcones próximos. Cantaba un corrido popular, como si fuera la nieta de Monserrat Caballé, versionando a Mecano. Los vecinos, como si estuvieran en el balcón de un teatro, escuchaban extasiados y, al final, aplaudieron con entusiasmo. Me uní al aplauso, por supuesto.
'Frederick' es un cuento precioso de Leo Leoni que tiene como protagonistas a una manada de ratones que trabajan sin cesar durante el verano en el acarreo de alimentos. Frederick no hace nada, se distrae mirando los colores de las mieses, escucha con atención el canto de los pájaros y se extasía frente a la luz de los atardeceres. Sus hermanos de manada se lo reprochan, claro. Pero cuando llega el invierno y están todos encerrados en sus madrigueras, tiritando de frío, la única luz que entra por la zarcera de su cueva es la que lleva Frederick en las historias que les cuenta. Resulta muy reconfortante escucharle. En realidad sus hermanos se sienten privilegiados por contar con un artista de talla en la familia.
No sé cómo se llama la adolescente que apunta para soprano y que endulza con sus canciones la hora de los aplausos. Yo la llamaría Fredericka. Los aplausos vienen bien. Es a lo que nos agarramos los que no sabemos hacer otra cosa. Pero Fredericka sabe cantar, lo hace con solvencia; acaso sea estudiante de un conservatorio y, en vez de limitarse a aplaudir, ofrece a los sanitarios, a los policías, a los barrenderos, pero también a sus vecinos, el arte depurado de su espíritu que, entonces, cambian de rango y se convierten en espectadores privilegiados.
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