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Se acabó el invierno, el meteorológico, el que corresponde con los meses de diciembre, enero y febrero. Esta división no es una ocurrencia. Se hace así desde el siglo XVIII, cuando un grupo de señores se puso a estudiar con instrumentos el clima de la Tierra. Fue cosa de unos aristócratas alemanes. En 1780 se reunieron con la idea de aplicar al estudio del tiempo y clima la frase de Galileo de que hay que medir lo que pueda ser medido y hacer medible lo que aún lo es.
La sugerencia de buscar explicaciones racionales a los fenómenos naturales en vez de recurrir a la magia hoy nos parece una buena idea. Después de todo, nos ha dado terapias contra el cáncer, los analgésicos, el horno microondas y el láser, entre otros miles de cosas que nos facilitan la vida. Pero por entonces no todo el mundo veía esta idea con simpatía. Karl Theodor (1724–1799), Stephan von Stengel (1750–1822) y Johann Jakob Hemmer (1733–1790), sí; y además eran el tipo de gente en condiciones aplicar un saludable desdén patricio a las imprecaciones de los censores. Así pues, fundaron la «Sociedad Meteorológica Palatina» en Mannheim para empezar a medir los fenómenos atmosféricos de forma metódica y regular.
Pronto se dieron cuenta de que para hacer algo de valor había que calibrar bien los aparatos, ponerse de acuerdo en cómo se miden variables como la temperatura y la precipitación, y compartir los datos tomados en diferentes lugares. Olvidando lo útil que le hubiera resultado a la Armada Invencible un buen parte meteorológico, sus enemigos tildaron de inútiles esas investigaciones, pero ellos podían permitirse las críticas. Perseveraron, y en un cuartito del castillo de Mannheim montaron un coqueto gabinete meteorológico, tristemente destruido en una de las guerras que asolaron la región. Queda una maqueta en el museo de la tecnología de la ciudad, que visité por primera vez cuando estuve de investigador invitado en aquella universidad en una de esas estancias largas que todo profesor universitario tiene que hacer para darse cuenta de que el mundo académico es muy grande.
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La maqueta muestra el laboratorio de un verdadero grupo de investigación, el de unos pioneros de la ciencia. Allí se dedicaron a tomar, recopilar y analizar datos entre 1781 and 1792. Cometieron multitud de errores de interpretación, pero también lograron avances y propusieron explicaciones que hoy sabemos que son correctas. Pero su logro más trascendente, quizá, fue mostrar que era necesaria una red internacional de observaciones para entender el clima del planeta y poder predecir el tiempo. Consiguieron convencer a 39 instituciones para que recogieran datos a las 7, 14 y 21 horas, tiempo de Mannheim, y se las enviaran, para lo cual se valieron de la valija diplomática. Ni ellos ni sus colaboradores eran gente de a pie, como se puede deducir de ese medio de comunicación y de que no les afectase lo que dijese la censura. Como curiosidad, en España contactaron con Floridablanca, quien estaba interesado en establecer un observatorio en Madrid, pero nunca más se supo.
Aún hoy, los datos que tomaron, compilados en las Ephemerides Societatis Meteorologicae Palatinae, son útiles para reconstruir el clima del pasado y saber si los modelos que empleamos los que nos dedicamos a esto son capaces de reproducirlo. Son modelos complejos que, en contra de la percepción popular, no usan una técnica estadística ni el análisis de series temporales para determinar el clima de una época. Emplean, únicamente, leyes físicas expresadas en un tipo de ecuaciones que se llaman diferenciales, y que sabemos que funcionan razonablemente bien porque son capaces de reproducir las observaciones.
El legado más perdurable de aquella Sociedad Meteorológica Palatina fue quizá la definición de las «estaciones meteorológicas». Ellos establecieron que la primavera meteorológica empieza el 1 de marzo y acaba el 31 de mayo (en los mapas aparece con la primera letra de los nombres de los meses: MAM; el verano es JJA; el otoño SON, etc.), y que el invierno va del 1 de diciembre al 28 (o 29) de febrero. Desconocer este hecho y confundir las estaciones meteorológicas con las astronómicas nos ha dado horas de diversión en Twitter hace unos días, cuando la AEMET publicó su informe estacional.
El invierno del 2024-2025 ha sido más cálido que lo habitual en España y más seco, sobre todo en el Levante. La primavera ha entrado bien, lloviendo, como tienen que ser las primaveras en Castilla para que las plantas que tenemos aquí puedan sobrevivir. En cuanto salga el sol crecerán las hierbas en las cunetas y se pondrán prodigiosas, pero si luego viene un verano rápido y abrasador, como es previsible, las agostará y nos encontraremos con mares de yesca que favorecerá los incendios forestales, la mayoría de los cuales son provocados. «Yesca», por cierto, es lo que significa «Tinder» en inglés. Sí, la aplicación esa para encontrar gente y divertirse un rato.
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