Me faltan las fuerzas. Quizás sean los sesenta que me cayeron ayer, quizás que hace ya tiempo que no encuentro utilidad en mi trabajo. Han sido dos semanas difíciles. El debate presupuestario es un debate largo, de comisiones mañana y tarde en las que tienes ... que defender centenares de enmiendas sabiendo que nada va a ser aprobado, que en realidad todo es un guiñol, un teatro de marionetas. Ninguno hablamos para quienes están en frente. Ninguna argumentación, por brillante, meditada o efectiva que utilices encontrara más respuesta que una monótona letanía que incluye tres posibles respuestas: «La partida de la que proponen sacar esa cantidad es inamovible», «la partida de destino es errónea», «ya está cubierta o es innecesaria». Así durante 3 o 4 horas por la mañana y otras 3 o 4 por la tarde.
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Los procuradores de los partidos provinciales o regionales se afanan por mejorar las cantidades destinadas a sus territorios. Los socialistas y Pablo Fernández marcan su distancia política y un servidor se afana por no caer en la depresión ni en la ira, ante una estrategia de acoso personal que está empezando a marcarme personalmente.
Desde hace semanas, el Partido Popular ha iniciado una peculiar estrategia de acoso y derribo personal contra este solitario procurador. No lo han hecho con Bildu, ni con Ábalos. No lo han hecho con Junts, ni con Esquerra. No lo han hecho con Puente, ni con Rufián. Desde que me dedico a este oficio, hace ya más de ocho años, no he visto nada parecido. No he visto tanto odio, ni tanto rencor. He visto explosiones de furia, insultos, imprecaciones. He visto todas las malas formas posibles. Pero nunca he visto una estrategia de destrucción personal como la que ahora me dedican personas que, en su tiempo, entendí razonables.
Primero fue el frustrado intento de silenciarme, utilizando torticeramente un pacto que ellos mismos incumplieron para aceptar tránsfugas en Murcia. Después el alucinante mensaje del portavoz «Igea es un corrupto, no se irá de rositas». Después una resolución ad hoc para intentar evitar mi dedicación en exclusiva a este trabajo. Todo ello aderezado con reiteradas intervenciones parlamentarias en las que mi mayor pecado es la soledad «ya nadie le quiere», «está solo», «es irrelevante». Ninguna argumentación. Tan solo el desprecio personal a mi orfandad política.
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Ahora es el silencio. Desde hace ya dos semanas en el PP nadie contesta a mis mociones, ni a mis enmiendas. Cuando termino mi turno el presidente pregunta sistemáticamente «¿Alguien desea hacer un turno en contra?». En ese momento se hace un desagradable silencio y mientras algunos procuradores del PP bajan algo avergonzados la cabeza, el presidente pasa a la siguiente cuestión. Así día tras día. Mañana y tarde. Yo sigo realizando mis intervenciones y defendiendo aquello en lo que siempre he creído, pero ahora me enfrento a una estrategia tan eficaz como humillante.
Es eficaz querido Raúl, muy eficaz. Si te preguntas si me estás haciendo daño personal, mi respuesta tiene que ser sincera: Si, me duele. Me humilla. Me entristece. Algún día he tenido, incluso, que ausentarme e irme al servicio para no mostrar en público mis ganas de llorar.
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Me pregunto ¿Cuál es mi pecado? ¿Qué he hecho yo para merecer lo que no ha merecido nadie para vosotros? ¿Salvaros la cara cuando lo teníais todo perdido? ¿Dar la cara en los momentos más difíciles de un infierno lleno de muerte y desolación? ¿Defender un gobierno de una moción de censura que amenazaba con mandaros a la oposición? Mi pecado probablemente no es ninguno de esos. Mucho menos lo es el de enfrentarme al lider de mi partido que, como ya se ha demostrado, trabajaba intensamente para introducirse en vuestras filas. Uno más. Mi pecado es otro. Mi pecado es que os conozco.
Una vez un amigo me dijo una frase que no olvidare «¿Qué favor le habré hecho yo a este para que no me salude?». Ahora la recuerdo casi a diario. En fin. No quisiera ir hoy mas allá. Tampoco merece la pena.
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Pero no te engañes. No dejaré de hacer mi trabajo. Nunca lo he hecho. A mi me enseñaron a afrontar mis responsabilidades. Agotaré la legislatura y lo haré defendiendo cada día lo que les prometí a mis votantes. Los mismos proyectos de ley. Las mismas políticas que defendí cuando vosotros aplaudíais enfervorecidos mis intervenciones a mis espaldas. Ya sé que tú no. Tú casi nunca. Los dos sabíamos quienes éramos cada uno.
Lo único que siento de todo esto es el mal trago que algunos de vuestros procuradores están pasando estos días. Porque en todas partes hay buenas personas. Incluso en tu partido Raúl. Son buena gente. Disciplinada y obediente. Pero buena gente.
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Aquí seguimos. Aquí seguiremos. Hasta que Alfonso vuelva a sacar un 'tweet'.
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