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Hoy hemos ido al orfanato a despedirnos de Abakar. Después de dos semanas de ingreso para forzar la nutrición ha vuelto al orfanato. El orfanato está al otro lado del Chari, en el centro de la ciudad muy cerca del hogar de las monjas. Hemos ... ido caminando y Teresa ha aprovechado para recargar de datos el teléfono en un puesto ambulante. Una mesita y una sombrilla roja donde pone 'Airtel. Rechargez ici' con un hombre que apunta los datos un cuadernillo de espiral es todo lo necesario en esta franquicia callejera.
Un poco más adelante hay un tapial de adobe y una doble puerta de metal con un letrero pintado a mano encima que recuerda que ahí está el orfanato. Fuera, bajo una tejabana de hojalata, el escuálido guarda de seguridad, desarmado, protege la institución. Nos saluda amablemente y nos abre la puerta del orfanato. Si hubiera que resumir en una frase la imagen solo cabría decir que el orfanato de Oliver Twist era Beverly Hills comparado con esto. Sentados sobre una alfombra azul ennegrecida por el polvo están Abakar y otra niña de unos dos años. Abakar tiene todo la boca rodeada de restos de papilla que parece hacer las delicias de las moscas.
Por el patio corretea una gallina y un polluelo, mientras un chucho callejero recién nacido espera tumbado en el borde de la alfombra la llegada de la madre que arrastra sus ubres por el polvo. 'La mamá', así le llaman a la responsable del orfanato, está sentada junto a ellos en un taburete. Viste una especie de jersey de mil colores en los que destacan el rojo amarillo y verde de la bandera chadiana. Una niña, de unos 12 o 13 años, recoge a Abakar del suelo y le pone algo más decente que la camiseta ennegrecida que lleva. Un pantaloncito rosa que se le cae y una camiseta algo más limpia. Abakar llora desconsolado porque casi no se sujeta de pie. Teresa le pone en su regazo y él apoya su cabeza en su lecho y se calma. Júlia le explica a la mamá la importancia de mantener el ritmo de alimentación y la necesidad de llevarlo al hospital si ve que las cosas no marchan bien. El martes salimos para España y es importante intentar asegurarse que lo ganado en el hospital no se pierda en unas semanas. Yo miro a Teresa con ese niño en su regazo y me cuesta contener las lágrimas imaginando su futuro. De dentro salen unas niñas que me miran asombradas, sonríen y salen corriendo después a ocultarse. Entran y salen por una especie de sotechado adjunto a la casita de adobe que hace las veces de edificio principal. Los dientes de estos niños son más blancos que la nieve cuando sonríen. Una de ellas lleva un vestido rosa ennegrecido que me recuerda a un disfraz de princesa que regalamos a mi hija cuando tenia tres años, la otra se muerde el traje que una vez fue blanco y que hoy aparece cubierto de ceniza. Toda la escena es conmovedora. Al final 'la mamá' nos pide hacernos una foto con los niños. Posamos con los 14 mientras yo me pregunto cuántos estarán vivos cuando volvamos.
La mortalidad infantil en el Chad está aún en el 64 por mil, en España es hoy del 2,6, es decir casi 30 veces más. Solo el 46% de las mujeres cumplirán los 65 y la esperanza de vida está alrededor de los 53 años. Todo lo que nosotros damos por supuesto no existe en este país. No hay aceras, ni recogida de basuras. La basura se acumula por las calles polvorientas por donde transitan cabras, gallinas y perros. La inmensa mayoría de la población no tiene agua corriente, ni electricidad La población, de casi dos millones de habitantes, de Yamena sobrevive del pequeño comercio en puestos callejeros.
Las historias personales mezclan lo desgarrador y lo tremendamente humano. El SIDA, la tuberculosis y la malaria campan a sus anchas. Mujeres abandonadas a su suerte por maridos que les dejan solas después de contagiarles el SIDA a ellas y a sus hijos. Familias que se reúnen sobre las alfombras, en la arena de los patios del hospital, para acompañar a sus familiares enfermos. Todos tienen que pagar sus tratamientos. El hospital ayuda a los más necesitados pero es materialmente imposible atender a las necesidades de todos. Un hombre con un absceso hepático de quince centímetros nos mira y sin decir nada nos dice todo. «Vete a hablar con tu familia y ven mañana. Algo haremos». Cada uno es una historia. Cada uno te interpela. Ese niño que está convulsionando por la meningitis y ese hombre que va a morir de un aneurisma de aorta, porque en Chad estas cosas no se operan.
Estos días en el Chad me han dado ocasión de conocer un mundo de belleza inimaginable en mitad del horror. La belleza de decenas de miles de hombres y mujeres que salen cada día de sus chabolas en Walia para cruzar el Petit pont y adentrarse en Yamena en busca del pan se sus hijos. La belleza de un país lleno niños que corren semidescalzos por sus calles polvorientas con sus camisetas del Madrid y del Barça. Unos hombres y mujeres que son como usted y yo. Unos niños que son como los nuestros.
Mientras miro a las lagartijas que suben y bajan por la pared del hospital del buen samaritano no paro de pensar en nuestra suerte y nuestro egoísmo. Esos hombres que llegan hasta aquí huyendo de ese horror no merecen nuestro miedo. Si seguimos viviendo de espaldas a su dolor su dolor llegará hasta nosotros.
Hay algo irónico que quizás muchos de ustedes no conozcan Todos los niños nacen blancos. Blancos y sin mancha. Piénsenlo.
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