Era una tarde de julio de 2023 cuando hable con él por teléfono. Había visto su mensaje en redes y las respuestas de sus compañeros y sabía que algo iba mal. Muy mal. Cáncer de páncreas Estadio IV.
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Javier era un hombre tranquilo y ... valiente. «Lo de cada día Javier, ocúpate de lo de cada día». No sé si es el mejor consejo en estos casos, pero yo siempre lo digo. «Solo se muere un día», los demás son para vivir. «Eso pienso hacer», me dijo. En estos casos luchar para que el temor no te quite el poco tiempo que tienes es esencial. Vivir lo de cada día, sin morir cada día. Él supo hacerlo como nadie.
Hablamos a menudo de cómo iban las cosas. Nunca exteriorizaba una queja. Solo una vez, una única vez, en la que el dolor llevaba ya una temporada atormentándole, me dijo en privado: «joder, es que así no se puede estar». Por lo demás, si la quimio le dejaba, en cuanto tenía un rato, le gustaba volar. Era piloto de ultraligero, «allí arriba todo es fantástico Paco». Reconozco que el primer día que me lo dijo pensé «qué temeridad», pero al rato me dije que nada hay como morir haciendo lo que uno más disfruta. Y a él le gustaba volar.
Volar y las Cortes. Era un político raro. Un político de convicciones, más que de intereses. Sin más ambición que servir a sus ideas y a los españoles. No era un político de «zascas», ni de hipérboles. Era de derechas, muy de derechas. Pero un hombre razonador y razonable. Muy poco ambicioso. En resumen: era prácticamente un ornitorrinco en este oficio. Una auténtica especie en extinción.
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He sido el azote de su grupo político en estos años y soy poco sospechoso de ser un parlamentario pacífico. Sin embargo, él me moderaba con habilidad cuando presidía la comisión de empleo. Esa comisión que tantos momentos de gloria nos ha dado esta legislatura. Nunca se quejaba. Siempre me sonreía cuando las cámaras no grababan y, a veces, abría los brazos como diciendo «no me jodas Paco». Admitía y entendía el juego parlamentario. Era un buen presidente de comisión. Leal a los suyos, a quienes intentaba siempre librar con elegancia de mis acometidas, pero sin caer nunca en la exageración parcial. Cuando acababa la comisión, siempre tenía un rato amable contigo.
Acudió a su trabajo puntualmente hasta el último momento. Mientras el cáncer le quitaba kilos y kilos de peso y su color anunciaba cada día una muerte más cercana, su sonrisa era sin embargo cada vez más blanca. Cada vez más bondadosamente infantil. Era como si la muerte, que se lo estaba llevando a cachos, nos dejara lo más esencial. Una manera, cruel y precisa, de destilar lo verdaderamente humano.
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Hoy he ido a despedirme de él y dar un abrazo a Silvia, su mujer. Una mujer de una entereza notable. Allí estaban los suyos. Dolidos. Sincera y profundamente dolidos. Algunos hemos llorado un poco. Algunos nos hemos dado un abrazo. Sin dejar apenas salir las lágrimas. Como lloran quienes saben que aún no ha llegado su momento, pero que está cada vez más cerca. Como lloran quienes creen que la compasión no es un defecto, sino una carga consustancial al ser humano. Una hermosa carga.
Nada hay más humano que la compasión y la empatía. Nada nos hace mejores que la concordia. La auténtica y verdadera concordia. Conectar tu corazón con el del otro.
Seguiré combatiendo tus ideas, pero seguiré buscando tu corazón.
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