Verónica Casado. Alberto Mingueza
Opinión

Verónica Casado, una gran mujer

«Una época de júbilo que no otra cosa es la jubilación para quienes han vivido su oficio sin reservarse nada, sin miedo a desgastarse en la tarea»

Lunes, 17 de junio 2024, 23:22

Ella se para, solloza y golpea con la mano derecha la mesa de la comisión. «¿Quieres hacer un receso?»; «No, tengo que poder». Sigue entonces leyendo la lista de profesionales sanitarios fallecidos hasta esa fecha. Era 27 de Abril de 2020 y toda España se ... conmovió con ella. Era su deber. Se lo debía, se lo debíamos a ellos. No podía romperse. Por eso golpeó la mesa. Tenía que cumplir su obligación. Recordarles a todos.

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Semanas antes me había llamado a casa para decirme que había fallecido nuestro primer compañero en León. Lloraba amargamente a través del teléfono. Ellos estaban allí, expuestos, nosotros no podíamos hacer otra cosa que intentar llegar a todo. Día tras día puso su mejor esfuerzo, su mejor voluntad. Contó con un equipo excepcional de gente. Porque ella siempre creyó en el trabajo en equipo. Les alentaba y les protegía. Les exigía y les consolaba. Les discutía y les respetaba. Allí quedarán, para siempre, las actas de las reuniones del comité de expertos. Uno de verdad. Transparente. Nombres, discusiones y conclusiones.

Se agotó en ruedas de prensa eternas y prácticamente diarias durante meses. Cada dato, cada acción. Generando empatía, confianza y tranquilidad en las horas más terribles. Su cercanía la hizo popular y muy, muy querida. Fue ese cariño el que originó su desdicha. Si hay algo que mide la pequeñez de un hombre es, sin duda, la envidia. Si hay algo que define la mezquindad de un ser humano, es esa oscura condición. Unos celos patológicos que sumergieron a los mediocres en las negras habitaciones del sótano del alma.

Han pasado 4 años de aquellos meses de 2020 y muchas cosas han cambiado. El pasado viernes sus pacientes le hicieron un conmovedor homenaje por su jubilación. « Eso nos llevamos Paco» me dijo hoy. El calor de los nuestros. Todo mereció la pena. Una vida dedicada a la medicina, a curar a veces, a aliviar en otras, a consolar siempre.

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He vivido con ella 2 años y medio durísimos para nuestra sociedad y he tenido la enorme suerte de ganarme su amistad.

Hoy se le abre un mundo distinto, lleno de actividad, de amigos , de viajes y de lecturas. Una época de júbilo que no otra cosa es la jubilación para quienes han vivido su oficio sin reservarse nada, sin miedo a desgastarse en la tarea. Ninguno de quienes pensaron herirla llegó a hacerla daño. Porque ella es la viva encarnacion del «If» de Kipling. Ella es capaz de «llenar el implacable minuto, con sesenta segundos de diligente labor» , a ella «ninguno que le hiera llega a hacerle nunca la herida», porque «todos la reclaman, pero ninguno la precisa». Pero, sobre todo, porque ella es «una mujer». Una gran mujer.

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