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Parece mentira. Salir a caminar, entrar en un bar y compartir una tarde de viernes con los amigos. El Vino Tinto a rebosar, como siempre. ... Risas, recuerdos, proyectos. Besarse en las mejillas y abrazarse sin miedos. Trabajar sin equipos de protección, visitar a tu madre sin miedo. No esperar a las 8 para salir al balcón.
Aplausos que suenan lejanos y miedos olvidados. Días de calles vacías y un corzo corriendo por el Puente Colgante. Lágrimas al teléfono. Ha muerto el primero. Vendrían más. Muchos más: no es un simulacro, nos estamos preparando.
Días difíciles, decisiones incomprendidas. Determinación y un solo objetivo. Que mueran los menos posibles. Quédense en casa, por favor. No, no, no puede ser. Entiendo su furia, negocios que cierran y familias que sufren. Mentiras y traiciones por detrás.
Pero también mucha, muchísima generosidad. Generosidad sin límites. Una pareja con una bolsa de plástico se acerca y me dice «Le hemos reconocido, es todo lo que tenemos». Unos guantes de nitrilo y unas mascarillas a la puerta de la consejería. Le encontraría años después en el supermercado «¿se acuerda de mí?» Nunca le olvidaré. Tuvieron un hijo. Alfonso nos llama , es una de nuestras mejores empresas. «Todo lo que tenemos esta a vuestra disposición». Miles de ciudadanos anónimos de pequeñas y grandes empresas se van acercando a nuestras delegaciones y nos dejan lo que pueden. Otros llaman y ofrecen logística, dinero y equipos. La mejor Castilla, el mejor León.
Horas de teléfono, órdenes y mensajes. Ausencias incomprensibles. Silencios estruendosos. Unos a las vidas. Otros a las encuestas.
Solo hay una cosa que no puede suceder. Que no nos crean. Datos, gráficos visualizaciones. Preguntas y respuestas, ruedas de prensa eternas. Horas de buen periodismo, de periodismo comprometido con su gente. La verdad, solo la verdad. A veces, no toda la verdad.
Monos, gafas, angustias. Sudor y miedo bajo los equipos. Entregas incansables y algunas cobardías. Las menos. Ambulancias, equipos visitando residencias, urgencias atestadas, ingresos en la cafetería. Respiradores que no llegan. Médicos, enfermeras, auxiliares, celadores. Sudando bajo los EPIS. Escudos humanos en una refriega de enemigos invisibles. Hablo con él. Juan es un compañero con muchos años de intensivos a sus espaldas. Su esposa pasa por detrás. Una enfermera dura y muy profesional. Se rompen, lloran. Me siento tan culpable. No llegamos a todo. No podemos protegerles. Ellos en el frente y nosotros a salvo.
Ancianos muriendo solos, sin una mano al lado. Miles de despedidas escamoteadas por el miedo y quizás también por nuestra incapacidad. Matrimonios muriendo separados después de lustros de amor compartido. Dolor. Mucho dolor. Muchísimo dolor.
Llegan las vacunas, trabajo eficiencia, coordinación. Miles y miles de ciudadanos que se encuentran con su generación a la cola de un auditorio o un pabellón. Enfermeras sonrientes, hombros al aire y agujas que traen esperanza. Empezamos a respirar. Traiciones y mentiras. Vuelve el ser humano. Vuelve la política.
Todo eso pasó. Las lágrimas se secaron. Retorno la mezquindad y el cálculo. No volvimos mejores … ¿o quizás sí?
«No fue tan grave». Tenemos una vacuna para el virus. No hay cura para la mezquindad. No es que esté enfurecido, es que nunca les pedí perdón.
Lo siento si no estuvimos a su altura. Créanme que lo intentamos.
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