Francia, el país de las libertades y la fraternidad, está pagando la hospitalidad que suele brindar a millones de emigrantes musulmanes que llegan en busca de mejores condiciones de vida. Algunos lo que hacen es matar. Lejos de obtener algún reconocimiento, Francia, lo mismo que ... antes el Reino Unido y hoy Austria, está recibiendo un duro castigo por parte de los terroristas guiados por un fanatismo religioso que desprecia las vidas ajenas y hasta propias.
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Las medidas de seguridad implantadas por muchos países contra el terrorismo yihadista parecían que han disuadido a estas fieras, más que salvajes, de los grandes atentados y sus saldos dramáticos de decenas de víctimas, para pasar a otra faceta del terror que intentan sembrar matando a traición –machete en ristre y la mente obnubilada por el odio– a quien se les ponga por delante.
Esta forma de terrorismo individual hace meses que empezó a ensañarse con inocentes peatones en Londres y en las últimas semanas ha cruzado el canal de la Mancha. En los últimos días fueron cuando menos cinco los atentados cometidos en Francia, empezando por la decapitación de un profesor en venganza por ejercer su trabajo sin censura, y contra algunos objetivos cristianos y judíos. Y lo mismo ocurrió el lunes en Viena.
La cifra de muertos no es tan elevada como en los grande atentados de Madrid, Londres, Niza o Barcelona. Como se temía, la desaparición del ISIS ha propiciado que centenares de yihadistas se hayan dispersado por Europa para seguir en cruzada contra Occidente. El presidente Enmanuel Macron ha ordenado medidas drásticas para atajar el problema de raíz cuando aún se está a tiempo. Es normal y lógico. Lo sorprendente es que varios Gobiernos musulmanes, encabezados por la Turquía de Erdogan, que respira por todos los poros deseos de venganza contra Europa, ha lanzado una cruzada para que se dejen de importar y consumir productos franceses como represalia.
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La iniciativa está cundiendo efectos: son muchos países cuyos Gobiernos no quieren quedarse atrás ante sus propios fanáticos y están secundando la protesta. Incluso algunos tal alejado como Malasia o Bangladés se han sumado a esta forma de solidaridad con los asesinos. Francia es un país que tiene capacidad para resistir el perjuicio económico que intentan causarle, pero no debe quedarse sola ante esta campaña infame. Ya empieza a ser hora de recordarle a Erdogan que el Imperio Otomano es historia y en las democracias nadie tiene licencia para matar.
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