Desde pequeño el Val era el mercado preferido de mi casa y lo visitábamos, como poco, una vez a la semana. Es cierto que había otros similares un poco más alejados como el de Portugalete o El Campillo, pero rara vez nos salíamos del ... carril. Por aquel entonces esta centenaria instalación no se nutría solo del pijerío del centro, sino también de los barrios que se extendían más allá del Puente Mayor pero, si la memoria no me falla, en el mío nadie iba al Mercado del Val, sino «a la plaza», como si fuera la única. Así que desde que era un mocoso soy asiduo de esta institución, y más ahora que está como un pincel gracias a las últimas reformas. Tanto, que el verano de 2019 (y lo digo en serio) unos amigos franceses que pasaron por Pucela me pidieron visitarlo, cosa que no entendí pero que hice gustosamente. Ante ellos (tan chovinistas) presumí de instalación, calidad y contenido y descubrí, de chiripa, que habían instalado una consigna para dejar momentáneamente la mercancía o pedir que te la llevaran a domicilio: como a los marqueses.
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En un intento de redondear la perfección, ahora es posible incluso hacer el pedido sin salir de casa gracias a una aplicación informática que pronto se extenderá a otros mercados de la ciudad. No sé cuánto habrá pesado en esta decisión el confinamiento que nos ha obligado a pedir casi todo sin pisar la calle, pero algo bueno tenía que tener la puta pandemia...
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