Y, si pudiéramos durante un minuto olvidarnos del virus que nos persigue con la inquina de un acreedor y echásemos un vistazo a nuestro alrededor, comprobariamos que el tiempo, una parte del tiempo, se ha detenido. Las mismas disputas políticas que cuando Guerra llamaba tahúr ... del Misisipi a Suárez y Fernández Ordóñez enviaba su crónica al PSOE después de cada Consejo de Ministros. Ahora, Alfonso Guerra, el de los descamisaos, firma manifiestos en apoyo del Emérito. Nada nuevo. Los catalanistas ganarán las elecciones otra vez, Torra puede declararse en rebeldía. Qué pesadez...

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Continuamos encabezando las estadísticas europeas de paro juvenil. Como siempre. Y seguimos discutiendo acerca de la edad de la jubilación, de la necesidad de incrementarla. Si a finales de los setenta nos hubiésemos sentado a la puerta de casa, estaríamos en el mismo sitio. Y, mientras, suceden cosas, cosas raras. Una pandemia. Y se me mueren amigos como si estuvieran en el punto de mira de un francotirador. Hace meses que no me dejan ir a ver a mi madre, las residencias se cierran como el Paraguay con el doctor Francia, que no dejó más que una ventanita para que entrara el correo.

No hay médicos, no podemos ir a consulta. No hay besos ni apretones de manos. Qué mundo... Rajoy acabará como Nixon, un villano de película. Todo eso y más sucede como si lo viéramos por una rendija de la celda del Prisionero del Romance. Y ahora los científicos dicen que hay vida en Venus. Vida en Venus. ¿No les parece que todo esto llamado vida es absurdo, demasiado absurdo?

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