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Todos esperamos como agua de mayo la llegada de los fondos europeos. Los fondos son como un nuevo maná soñado, como una edición de Plan Marshall doméstico que nos sacará de las penurias de la sequía financiera; lo malo es que ni siquiera en mayo ... llueve a gusto de todos, ni los fondos acabarán satisfaciendo a tirios y troyanos. Son muchos los que aspiran a participar en el reparto. Sin salir del marco de la política, están los gobiernos autonómicos, las diputaciones, los cabildos y los ayuntamientos preparando sus argumentos y agravios comparativos para obtener más. O protestar por recibir menos. Lo mismo que ocurrirá con empresarios y autónomos. Quien más quien menos se ha visto perjudicado por la covid, que no hace excepciones ni reclama derechos. Las reyertas, o las polémicas si se prefiere, están garantizadas. En el ambiente empieza a respirarse ambición de reparto de botín y ya están en el aire las reivindicaciones y las alertas. No se tratará sólo de conseguir más sino también de que el otro no resulte más beneficiado. La crispación existente entre algunas comunidades autónomas está servida.
Las reiteradas experiencias de corrupción entre quienes administran el dinero de todos también permite sospechar que más de un desaprensivo estará cavilando por las noches cómo recoger algo que se filtra por las rendijas. Cuando hay dinero en juego surgen ambiciones, estratagemas delictivas y malas tentaciones. El temor que muchos expresan ante el reparto de los fondos será un nuevo motivo de discordia entre tantas como ya existen.
La nueva sociedad española, liderada desde una política imberbe y engreída, no confía en la seriedad con que el Estado gestione las ayudas, que es lo que procede. Al fin y al cabo, es el que tendrá que responder ante Bruselas y defender frente a los demás gobiernos comunitarios. Quienes se proponen conseguir más vociferando sin argumentos sólidos no deberían olvidar que serán veintiséis los gobiernos, cada uno con sus jueces, fiscales e investigadores dispuestos a denunciar cualquier irregularidad ajena. Y es lógico que el control interno y externo sea meticuloso y la distribución entre quienes vayan a gestionarlos, exquisitamente equitativa. Ni privilegios partidistas ni chantajes separatistas.
Igual que en otras etapas la utilización de las ayudas al desarrollo en España, empezando por las comunicaciones, fue considerado correcto, también ahora se requiere que no deje lugar ni a dudas o interpretaciones que frustren el acceso a otras remesas. La seriedad de España como país solvente debe ser preservado y el prestigio de los españoles como ciudadanos serios, protegido.
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