La educación española, como es sabido, limita al norte con el mar de ignorancia de los ministros, al sur con el estrecho mental de la oposición, al este con las bronceadas playas de la incultura, y al oeste con el adanismo de los consejeros. La ... educación es una cosa que está llena de pedagogos que opinan, reforman y dividen en varias ramas las ciencias y las letras. Porque un pedagogo es un guardia urbano frustrado que toca el pito –con perdón– en el patio del cole, y cuyo oficio es liarla parda con las materias, las unidades didácticas, la FP, la Educación Infantil o los horarios de la chavalería.

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Llega, pues, la enésima reforma educativa de la Lomloe, que se aplicará en septiembre. Nos ha cogido la educación como a otros les coge el toro o el dolor de muelas, porque el asunto educativo es un trauma heredado, y ahora padres, hijos y espíritu (de santo Tomás de Aquino) le dicen al maestro que usted quién es para decirnos ni a mí ni a mi hijo nada, que es un genio desde que era pequeño. De manera que la señora ministra y el señor secretario de Estado, el dúo Alegría de Tiana, dicen que el alumno podrá superar el bachillerato con una materia suspendida, porque hay una junta de compensación que debate el caso, la cosa y hasta el queso: «hay que dar cierta autonomía a los bachilleres (…) cuando han logrado unos niveles aceptables», cosa que es «imposible si hay que estudiar no sé cuantos siglos», aseguran.

Y así los prohombres y promujeres de la educación a la española crearon el modelo competencial que transformará el país, amén. Pero el Consejo de Estado ya ha dicho que este modelo «dificulta su accesibilidad para una importante porción de la sociedad». Vamos, que en el claustro y en las aulas no lo descifra ni Sherlock Holmes. Mas a la vuelta de ferragosto, ay, nos comeremos el currículo del niño, Amore.

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