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Durante las crisis históricas, la humanidad ha controlado movimientos, espacios y tiempos para luchar contra emergencias infecciosas y de supervivencia material. En esos contextos han nacido siempre miedos ancestrales a catástrofes universales, a apocalipsis milenaristas o al fin del mundo.
Estamos hoy acorralados por una ... pandemia mundial en la que nos bombardean cada minuto mascarillas, vestidos extraterrestres, desinfectantes, protocolos, alertas, contenciones y confinamientos. Nos aturden números crecientes de contagiados, recluidos en ventanas y muertos. Este acoso informativo alimenta la obsesión colectiva, la inseguridad personal, el miedo a la infección o la compra compulsiva, que se contagian más que el virus.
Antaño imperaba en la sociedad el más allá religioso que actuaba de control. La Biblia fijó los primeros aislamientos para atajar enfermedades y los Evangelios lo simbolizaron con el retiro de Cristo en el desierto, la liturgia católica reprodujo las cuarentenas de la cuaresma para preparar la Pascua y la fiesta de la purificación del puerperio. Tuvieron sentido religioso los lazaretos medievales para aislar la lepra, el mal de San Lázaro.
Aún laten los miedos de creencias atávicas de nuestra historia, que persiguió a moros, judíos, luteranos, masones y gitanos, quemó libros prohibidos, persiguió con inquisidores, reconquistó territorios invadidos, amuralló ciudades, expulsó razas y pueblos infieles y condenó las revoluciones vecinas.
Pero el miedo más hondo de hoy es el material, el del poder y el dinero que imponen disciplina y rendimiento contra los riesgos de insumisión o baja producción. Levantan aislamientos para contener amenazas ambientales, sociales, militares, religiosas, informáticas, ideológicas, políticas, nucleares, humanitarias o migratorias.
Hemos vivido sucesivas cuarentenas anti-epidémicas por peste negra, bubónica, lepra, fiebre amarilla, cólera, sarampión, tifus, gripe, tuberculosis, vacas locas, ébola, SARS y coronavirus. En el siglo XIX se desinfectaban las calles con fogatas de azufre contra el cólera morbo del siglo XIX y agradecían su final cantando un Te Deum en la catedral. Pero siempre fueron crisis útiles, descubrieron la vacuna y obligaron a organizar sanitariamente los barrios y hospitales, crearon los distritos municipales de la asistencia pública domiciliaria.
Al final de la gran guerra, la gripe de 1918, que se llamó asiática aquí, española en Europa, alemana en Brasil, brasileña en Senegal, bolchevique en Polonia e inglesa en Persia, llegó a matar a casi 80 millones, 200.000 en España y más de 3.000 en Valladolid. También propagó una sensación de pánico casi apocalíptico.
Asimismo los virus infectan hoy las comunicaciones de Internet y redes sociales, los monopolios informativos divulgan 'fake news', crean bulos, manipulan campañas electorales, indagan preferencias de consumo y opinión política. Hemos debido levantar cuarentenas informáticas contra piratas y ciberdelincuentes. Se utilizan trampas pegajosas que llaman Honey Pot u ollas de miel, para filtrar virus y 'crackers', siguiendo la fábula de Samaniego: A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron, que por golosas murieron presas de patas en él.
Nuestras cuarentenas sanitarias protegen la salud pública y salvan vidas humanas, pero dañan intereses materiales y causan males sociales: Nueva recesión, covid-crash bursátil nunca conocido, ruptura del mercado turístico, frenazo de la industria sin suministros y duro golpe a la ocupación laboral. Además de este pánico económico y nerviosismo consumidor, son muy graves el riesgo de los sanitarios, la saturación de urgencias, el cierre de colegios, institutos y universidades, la tensión social y familiar, el cuidado de los hijos pequeños, la no conciliación de trabajo y familia y el distanciamiento social que nos impone.
Esta pandemia tiene más posibilidad de contagio y menos capacidad de matar que las epidemias históricas del XIX y del XX. Porque el coronavirus actual puede llegar a infectar a más de la mitad de los españoles, aunque apenas pueda matar al 0,0005% de su población.
Pero es una crisis mundial que ha abierto a España en carne viva. Es un test, una evaluación que pone a prueba a la sociedad, al Estado, al sistema sanitario, a los partidos políticos, a las empresas, a las familias, a la responsabilidad del ciudadano y a los pilares del bienestar social. Hay muchos millones de familias que soportan una enorme tensión de falta de tiempo, conciliación, recursos y ayudas fiscales.
Toda crisis tiene dos vertientes: Reconocer los viejos problemas y apostar por nuevas soluciones. Los viejos problemas a superar son las estrechas condiciones de la vida política del país. Hay que evitar los partidismos de gobierno y oposición, las coaliciones frentistas, el exhibicionismo podemita del feminismo pasado, los comportamientos particularistas de 17 autonomías taifas, la lucha de gobiernos autonómicos contra el central y de los municipios contra las regiones, la obsesión nacionalista que nos esteriliza, los enredos catalanes de mesas, banderas y privilegios que maniatan al Gobierno, el ruido mediático y alienante de los deportes de masa, la amenazante especulación con la caída de la Bolsa, y los presupuestos estatales de media España contra la otra media.
Se exigen nuevas soluciones, más allá de parches populistas que traten de tapar viejas deudas. Entre todos deben legislar para conseguir un Estado solidario, atento a la personas más que a las naciones, preocupado por la emergencia de 47 millones de españoles por encima de los chantajes de las élites independentistas. Empresarios y legisladores deben regularizar el teletrabajo, estimular la enseñanza 'on-line', favorecer la conciliación laboral, permitir flexibilidad laboral en pro de las personas, promover la investigación científica, conceder ayudas fiscales a las familias, garantizar los abastecimientos, incentivar la colaboración y complicidad ciudadana con el sistema público de salud, armonizar la igualdad el Estado de Bienestar en las 17 autonomías y alcanzar un tratamiento solidario de los problemas sociales en todo el Estado.
Por favor, que los políticos no agraven esta enfermedad con medidas partidistas. Solo los sanitarios curarán la epidemia. Solo nos sirven el sentido común, la ciencia, la responsabilidad cívica y el sentido de Estado de los políticos.
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