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Ha cambiado Podemos drásticamente su unidad de medida del tiempo. Del tic-tac, tic-tac, de cuando hasta los cielos temblaban al verse asaltados, al «demos tiempo», repetido machaconambajo» en la lucha contra los de «arriba», y se ha quedado esquinado en un trozo de ... la izquierda. Al rincón de pensar.
La elección de Dolores Delgado como próxima fiscal general de Estado tiene que ver con el núcleo de los problemas que le esperan a Pedro Sánchez para lograr llegar al final de esos 1.460 días que tiene la legislatura completa. Su Gobierno debe la investidura y su estabilidad al apoyo del movimiento secesionista de Cataluña. Pero el permanente desafío a la legalidad de los sediciosos y sus compañeros de viaje pondrán al Gobierno ante constantes disyuntivas sobre hacer cumplir la ley o retorcerla para evitar que sus apoyos le dejen en la estacada. A tal fin, necesitaba dotarse de un potente tentáculo de confianza en el poder judicial. Y Dolores Delgado cumple a la perfección ese perfil. Esa es la idoneidad que buscaba Sánchez, no la apariencia de independencia. Además, el instinto matador de Sánchez sabía que con ese nombramiento asestaba un golpe venenoso a su vicepresidente segundo, Pablo Iglesias. Al obligarle a secundar y compartir el nombramiento de una ministra a la que el líder de Podemos había descalificado para la política por sus relaciones con «las cloacas del poder», le ha alineado en su bando de político que hace lo contrario de lo que dice. Y dinamita toda la teología del movimiento que decía llegar a la política para regenerar la democracia. Le ha hecho cómplice de todas las maniobras que en adelante fabrique la Fiscalía General de Estado y, en última instancia, de lo que en otro momento el propio Iglesias no habría dudado en calificar como las «cloacas judiciales».
Acaba de estrenarse la segunda temporada de una serie francesa, 'Barón noir', que cuenta las trapisondas de un socialista del país vecino para hacerse con el poder. Traiciones, corrupción, deslealtad, chantaje. No falta de nada. Si la producción de entretenimiento en España quisiera inspirarse para fabricar una serie con gancho, podría titularse: 'La fiscal'. Exito garantizado. Si al guion le añadimos el picante de parejas compartiendo poder judicial y legislativo; asientos en el Consejo de Ministros; rencores y 'vendettas' de barones humillados, la realidad podría sobrepasar con holgura la ficción. María José Segarra se va después de haberse estrellado contra los fiscales del Tribunal Supremo. Sánchez habrá pensado que si Segarra no tuvo narices para obligar a los fiscales del Supremo a rebajar la calificación de los procesados de rebelión a sedición, ahora que van a venir indultos, desjudicializaciones, recursos y 'driblings' a la ley, hace falta alguien con más tragaderas. En época de Zapatero un magistrado llamado Mariano Bermejo, elegido por el presidente para embridar a los jueces conservadores, tuvo que dimitir después de que se publicara su fotografía en una cacería con Garzón en plena instrucción del caso Gürtel. Ahora, a una ministra grabada en sus tiempos de fiscal de la AN compartiendo mesa y algo más con Villarejo –el Joker de las cloacas– la nombran fiscal general del Estado.
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