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Estos días de virus, dolor y durísimos partes de guerra invitan a retomar viejas lecturas en busca de lecciones nuevas. Claves que ayuden a comprender la crisis y su desenlace. Pero todo queda en presentimientos sombríos. Y en la necesidad, tan ajada a estas alturas, ... de recuperar la cohesión social y la prevalencia de la razón sobre el caos. El filósofo Manuel Cruz sugiere: «Dado que esta crisis nos ha recordado que somos vulnerables, es interesante reflexionar sobre nuestros límites, entre ellos la muerte. Sin dramatismo, con serenidad».
De acuerdo en todo. Sobre la vulnerabilidad. Hágase la reflexión desde una frase punzante: «Al día siguiente no murió nadie». De esta forma comienza, y termina, una notable novela de José Saramago de inquietante título, 'Las intermitencias de la muerte'. El Nobel la escribió casi de un tirón, hace 15 años en su casa de Lanzarote en las islas Canarias. Trata de lo siguiente. En un país monárquico cuyo nombre no será mencionado se produce algo nunca visto desde el principio del mundo, la muerte decide suspender su trabajo letal y la gente deja de morir. La euforia colectiva se desata, pero muy pronto dará paso a la desesperación. Sobran los motivos. El autor los describe a lo largo del libro. Se buscarán maneras de forzar a la muerte a matar aunque esta no quiera. Cualquier cosa menos la inmortalidad.
José Saramago expone desde el título de la novela su tesis de que la vida es un fulgor, una intermitencia de la muerte. Y la muerte pura rutina, un episodio de lo interminable. Herencias de padres a hijos. En su libro, lleno de desasosiego, Saramago profundiza en el ficticio de que la muerte deje de matar. Es un texto que dibuja un retrato descarnado de la sociedad ante los problemas que crea una inmortalidad espantosa. Saramago escribe: «Si las personas ya no mueren, eso no significa que el tiempo haya parado. El destino de los humanos será una vejez eterna».
Su esposa y traductora, la periodista sevillana Pilar del Rio, hablaba con pasión de este libro que le dedicó su marido: 'A Pilar, mi casa'. Ella fue la primera persona en leer la versión originaria de 'Las intermitencias de la muerte'. Conocedora profunda de las dudas y certezas de Saramago durante el proceso creativo, explicaba: «Una vida eterna es una condena aún más cruel que la que los dioses impusieron a Sísifo». Esto es, transportar una pesada piedra hasta la cima de una montaña, dejarla caer y volverla a subir. Albert Camus, tan citado estos días, con el pie en el mito clásico escribió su memorable alegoría sobre el esfuerzo inútil.
La novela termina como empieza. Hay mucha frustración y angustia en 'Las intermitencias de la muerte'. Y la angustia es mucho más estéril que el placer. Lo expresó en alguna ocasión otro genial residente en Lanzarote, el pintor y arquitecto Cesar Manrique, fallecido en accidente de tráfico en los primeros 90. Una potente llama en medio del fulgor intermitente con el que el escritor portugués definía la vida. Queda la esperanza. Lo contrario sería reaccionario.
La biblioteca de Jose Saramago en su casa lanzaroteña es un lugar muy agradable. Una estancia enorme con estanterías de siete alturas y sillones y sofás dispuestos para la conversación. Un recinto blanco y luminoso donde miles de libros ocupan su lugar. Saramago decía que no estaba pensada para guardar libros sino para acoger personas. El novelista portugués solía escribir alli. Y lo hacía con la extrema complicidad de Pilar del Rio. Así trabajaba el Nobel. Saramago, aunque había sido periodista y manejaba con soltura el ordenador, a veces, prefería plasmar sus ideas en cuartillas y en su lengua natal. Sentado en una esquina de la mesa, cada vez que terminaba un papel sin apenas correcciones lo pasaba a Pilar, que, generalmente al otro extremo, traducía directamente el texto del portugués al español. Ella conocía la trama y el fondo de la novela al mismo ritmo creativo del autor.
De esta forma se escribió el libro 'Las interferencias de la muerte'. Y sus controvertidas tesis y argumentos. José Saramago dejó dicho a través de uno de sus personajes. «Si se acabara la muerte, no podría haber resurrección. Y sin resurrección no tendría sentido que hubiera iglesia. Las religiones, todas, por más vueltas que le demos, no tienen otra justificación para existir que no sea la muerte. La necesitan como pan para la boca.»
Todos los textos de Saramago contienen una gran carga filosófica y social. Recuérdese títulos como 'El Evangelio según Jesucristo'. Donde habla de los miedos, pasiones, debilidades y hasta remordimientos del crucificado. También 'Ensayo sobre la ceguera', una extraña epidemia que deja ciegas a las personas. O la magnífica 'Ensayo sobre la lucidez', un libro demoledor que es necesario releer para advertir el armazón de sus criterios. Esta sería su sinopsis. Al cabo de unas elecciones municipales, la mayoría de los electores vota en blanco. El Gobierno repite la consulta y el voto en blanco alcanza ya un 83%. Ante este hecho inesperado, el Gobierno investiga y toma decisiones autoritarias y represivas. Incluso violentando la legalidad. Su miedo es real. El voto en blanco nada tiene que ver con el voto lunático. No es la respuesta a un simple enfado. Es el voto del enfado mayúsculo que respeta el sistema democrático y sus leyes electorales. No se abstiene. Participa. Pero aborrece la partitocracia, sus opciones tramposas y los objetivos únicos de hacerse con el poder al precio que sea.
Nadie sabe cómo será esta vez el formato del '15-M postcoronavirus'. El insufrible número de fallecidos, la prevista caída de dos dígitos del PIB y la ineficacia del Estado autonómico para gestionar problemas globales no auguran nada bueno. Gobierno central, autonómicos y oposición deben dejar de mostrar como un logro lo que es simplemente normal. Es decir, la obligación constitucional de cooperación ente administraciones y el compromiso cívico de lealtad institucional. Ni siquiera se produjo acuerdo entre las comunidades autónomas para aplicar los mismos criterios de medición, así que hubo resultados estadísticos poco fiables. Y reproches inadecuados. La situación política y social de España va a ser radicalmente otra. Y no existen precedentes. Se han dado demasiadas cosas por supuestas y ahora se pedirán explicaciones. Llegará el día en que quepa preguntarse, como José Saramago en su 'Ensayo sobre la lucidez', ¿Quién ha firmado esto por mí?
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