El final de la inocencia
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La crisis de Ucrania y los apuros de Sánchez para aprobar la reforma laboral revelan el inmenso poder que ejerce el principio de realidadLa grave crisis de Ucrania y las dificultades del Gobierno para aprobar el acuerdo para la reforma laboral tienen paradójicamente un hilo conductor común: nos interpelan sobre el impepinable principio de realidad y hasta qué punto la política tiene que amoldarse a las circunstancias y ... romper prejuicios y esquemas establecidos en el terreno de los principios utópicos. Este aterrizaje en el día a día se hace particularmente incómodo para quienes habían soñado con el asalto de los cielos y se despiertan un día con brusquedad. Y se percatan que el ejercicio del poder es una extraña combinación de expectativas viables y de frustraciones que hay que saber gestionar para no caer en el desánimo.
Unidas Podemos, socio de coalición del Ejecutivo de Pedro Sánchez, vive este drama íntimo en sus propias carnes. La presencia de España en la OTAN obliga al Estado a asumir una serie de compromisos para hacer frente a la deriva belicista de Putin pero hacerlo desde la vía del diálogo diplomático como apuesta prioritaria. El equilibrio no es fácil. El 'no a la guerra' es un imaginario muy asentado en la sociología española, sobre todo en la de centroizquierda, pero el tablero geopolítico coloca a Europa en una posición en la que debe conjugar la inteligencia con la firmeza para frenar la escalada militar y propiciar un acuerdo duradero. Los verdes alemanes, que gestionan la cartera de Exteriores en el Gobierno germano junto a los socialdemócratas y los liberales, lo saben bien al exhibir un mensaje muy exigente frente a Rusia que sorprende de entrada a sus correligionarios europeos.
Es de esperar que la crisis ucraniana se reconduzca y que al final madure una solución negociada que evite el desastre. Una agresión militar, con su réplica en forma de severas sanciones, provocaría una gigantesca desestabilización en Europa, con una vertiente económica catastrófica. Tendría también consecuencias políticas y fracturaría los frágiles equilibrios en los que, por ejemplo, se sustenta la alianza que preside Sánchez. El pragmatismo exige comerse muchos sapos pero este puede ser demoledor para quienes se mueven, aún, con complejos a la hora de tomar decisiones.
El otro frente en el que vislumbramos un traumático fin de la inocencia es el del acuerdo para la reforma laboral. Los socios nacionalistas del Gobierno han puesto el listón muy alto a la hora de apoyar una iniciativa del Ejecutivo que está ya pactada entre sindicatos y empresarios. El texto nace con el beneplácito de Bruselas pero no tiene suficiente apoyo legislativo. Este Gobierno de coalición en minoría ha minusvalorado de entrada esa capacidad de condicionamiento que tienen sus aliados parlamentarios y este es un dato que muestra cierta candidez o ingenuidad a la hora de desarrollar determinadas actuaciones.
Quizá Yolanda Díaz ha cometido un error de cálculo al obviar esta relación de fuerzas. O quizá Pedro Sáchez ha preferido en este caso sacrificar a sus socios de investidura y girar hacia Ciudadanos, poniendo en riesgo la cohesión de la coalición en un asunto referencial buscando una sopa de letras de respaldos que pueden salvar in extremis el proyecto. Los próximos días saldremos de dudas. La quiebra del bloque de investidura tendrá efectos y puede dejar de entrada tocada la apuesta política de Yolanda Díaz.
De nuevo se comprueba que las diversas familias de las izquierdas llevan en su ADN una semilla histórica de división que puede terminar por dejarles fuera del poder por una larga temporada. Algunos recurren, incluso, a los clásicos como Lenin, que ya advirtió en su día, en pleno fragor revolucionario, que «el izquierdismo era la enfermedad infantil del comunismo». Salvando evidentes distancias en el espacio y en el tiempo, la tendencia al rupturismo de consigna –los 'verdaderos' frente a los que traicionan a los trabajadores– que sigue instalada en los sectores más radicales, se convierte en el mejor aliado de sus adversarios, sobre todo en contextos de polarización ideológica, con una crisis sanitaria y económica que ha dejado una profunda brecha emocional en la sociedad plagada de miedos.
Si los progresistas de amplio espectro son incapaces de ofrecer un código mínimo de certezas hacia los asalariados, muchos en la precariedad, fracasarán a la hora de articular un paradigma creíble. La historia nos ofrece numerosas lecciones: la pulsión de vanguardia y de ruptura que anida siempre latente en el espacio de los más puristas puede terminar por ser suicida y autodestructiva. No solo no servirá para acelerar las reformas y los cambios necesarios sino que puede ser la coartada perfecta para impedirlos.
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