Jesús Ferrero

Filosofía

«Los alumnos pasarán los cursos sin necesidad de aprobarlos. Y no pensarán que sea importante tener menos conocimientos que sus padres sobre historia, matemáticas, lengua o literatura»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 2 de abril 2022, 00:01

Lo que con mucho trabajo se adquiere, más se ama. Eso decía Aristóteles, aunque los futuros líderes de nuestra sociedad nunca lo sabrán. No lo sabrán porque Aristóteles, siguiendo los pasos de Platón, se habrá marchado ya de su currículo escolar. Demasiado academicismo, dicen hoy los que piensan que su permanencia en la cúspide de la pirámide es directamente proporcional al índice de analfabetismo funcional de la grey. Quién sabe. Cuando les toque a ellos ser pasados por la túrmix igual piensan que se equivocaron. Que no supieron aplicar correctamente los principios filosóficos del post humanismo. O sí.

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Acorralado por la izquierda, por la derecha y por el centro, el presidente Sánchez dice ahora que eso de la desaparición de la filosofía en el trazado de la ESO es un bulo. Una intoxicación intelectualoide. Y pide que se lea bien la letra pequeña de la nueva ley. Y en su ayuda acude, con alegría, la ministra del ramo, para decir que la filosofía no se va: que se mantiene, si bien edulcorada y disfrazada de valores éticos y civiles, para que no pueda hacer daño, así sin filtro, a las mentes en crecimiento. Y que volverá, la filosofía, en Bachillerato, cuando los alumnos hayan alcanzado el uso de razón. A eso les contestaría Aristóteles que en la vida no basta con decir solamente la verdad, sino «mostrar la causa de la falsedad». Pero no hay tiempo, ni ganas de escuchar a los griegos.

Al fin y al cabo, los alumnos pasarán los cursos sin necesidad de aprobarlos. Y no pensarán que sea importante tener menos conocimientos que sus padres sobre historia, matemáticas, lengua o literatura, como denuncian sus profesores. Para eso, dirán, están los robots: para ratificarles la posibilidad de reivindicar la memoria histórica sin memoria y sin historia. Porque todo es cuestión de valores. Y entre esos valores, todavía toca esperar a ver si pasa el corte la nueva propuesta de Cataluña que, en su derecho a conformar su parte contratante de la segunda parte del currículo escolar, propone nuevos epígrafes temáticos como «emancipación nacional» o «resistencia a la opresión»: acaso una versión regional del 'Manual de resistencia' del actual líder, que pronto será un clásico tan clásico como el Libro Rojo de Mao. Si es que Mao no queda expulsado también de las aulas. O si es que no se acaban prohibiendo los clásicos, no vaya a ser que despierten en nosotros pensamientos poco cívicos.

En todas estas cosas, digo, deben de pensar la madre o el padre que vuelven de dejar a sus hijos en el colegio, reflexionando frente al surtidor de gasolina sobre la aplicación de los veinte céntimos y su compensación, una vez más, con la subida del gas para la calefacción. Mirando al cielo, en contra de los agricultores, para pedir que abril no traiga agua, sino mucho sol, y darle así su oportunidad a las energías renovables. Y calculando hasta qué punto será cierto eso de que los bárbaros, como los tanques rusos, vienen siempre por el norte. O cuánto de responsabilidad tiene ella misma, o él mismo, en dejar el camino expedito a la barbarie a causa de la flojera, la fatiga o el dejarse llevar por las rutinas del pensamiento único.

Demasiadas cosas en la cabeza. Tal vez si esa madre, o ese padre, hubieran estudiado en su día con esta nueva ley, hoy sufrirían menos. ¡Lo que duele el pensamiento crítico! O mejor, «¡Muera la intelectualidad traidora!», que diría el filósofo Millán Astray. Dime, Siri: ¿quién era Millán Astray? ¿Quién Unamuno? A ver si hay suerte y los encontramos, como a la filosofía, en algún lugar de esas nuevas asignaturas que se titulan Valores Éticos y Civiles, Trabajo Monográfico o Servicios a la Comunidad. «Barbarus his ego sum», aquí el bárbaro soy yo, que diría el triste Ovidio.

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