![De fiestas, otoños y Juan Carlos](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201909/03/media/cortadas/GF051SG1-k9UC-U9034427214IxC-624x385@El%20Norte.jpg)
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Boris Johnson. La cosa va que Boris siguió la linde, cerró el Parlamento británico –o tempora, o mores– y a la Reina Isabel II se le puso cara de extrañeza, de un tiempo que no es el suyo. Nuestro Felipe II, paisano de la infancia ... de mi bisabuelo, no hubiera permitido un Boris Johnson. Porque Boris es el ejemplo de que la delicadeza británica limita al sur con Magaluf y en el extremo con Johnson. Para más inri, Johnson nació en la misma ciudad, Nueva York, que Donald Trump. Hay quien dice que la isla de Manhattan está construida sobre basalto, y que eso da unas energías y una hiperactividad que los hace 'brokers', populistas, rubios oxigenados, 'cowboys' de medianoche o ahogados en el Hudson, que es su Esgueva más cercano.
La cuestión es lo pronto que un chisgarabís hábil se ha ventilado la democracia que fue referente. Es el instante más oscuro, hay niebla en el Canal y en ese plan.
Juan Carlos. Uno quisiera ser Juan Carlos en los helicópteros, en los toros, en las cenas en Lucio y en el grupo del 'guasap'. Lo primero que ha dicho Juan Carlos I tras recibir el alta es que le han puesto tuberías «nuevas», y uno encuentra en este retoñar del Borbón de siempre cierto agarre al país que fuimos, al país que, con sus desmentidos y sus silencios y sus portadas de 'Interviú', vino a ser la envidia de la Europa Occidental.
Juan Carlos tiene el mérito de salir en las monedas, entrar en un restaurante y que no lo agobien por las fotos porque es pueblo, pueblo en movimiento; siquiera un movimiento ortopédico. Al final, el día antes de la operación de cañerías, íbamos preparando plañideras sentidas y ocres, con los ramalazos líricos que a veces le salen a los chicos de la prensa.
Es impepinable que la 'baraka' de Juan Carlos es la 'baraka' de todo un país.
Cuéllar. Se nos ha ido un vecino de Cuéllar el día en que tratábamos de identificar qué acto literario congregó allí hace décadas a Delibes, Umbral y Leguineche. Morir en un encierro, aparte de la tragedia, tiene algo –mucho– de atávico. El hombre es hombre porque es riesgo, es cazador, tiene conciencia de la finitud y sabe que el uro hispánico lo llama desde las habitaciones últimas de la sangre. Es la magia y la tragedia de los pueblos de España, una sangre que viene a sacrificarse por la vendimia. Eros y Tánatos, lo popular y lo irracional. Morir en fiestas patronales es una tristeza recurrente que silencia el llano hasta que llegue la Virgen del Rosario o caiga el pedrisco frío.
Ochenta. A veces me voy a entrevistar con octogenarios líricos que tienen un gato, que dijo el poeta que es el sagrado Egipto de las cosas. El último fue Álvaro Pombo, que me hablaba de Keats mientras su gato miraba al horizonte gatuno y marino y no veía la bahía de Santander, sino los descampados de Getafe, donde no hay cursos de verano. Con Álvaro Pombo, Nadal y Planeta, académico, conservador, homosexual y libérrimo, va cayendo la mañana. Pombo cree en el papel, cree en que alguien cite a Valéry o a Keats o a él mismo en el heraldo. Aquí le citamos, le homenajeamos y le agradecemos el café que no nos tomamos.
Pobre barquilla. Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, que diría aquella deliciosa canción/letrilla de Lope de Vega. El 'Open Arms' y el alma última de las leyes del mar –dar auxilio al náufrago– han quedado llenas de miasma y de pringue con la politización de un drama. Ni Abascal ni Noelia Vera saben lo que es el mar, el mar de mi infancia, el mar de Manuel Alcántara, por donde hay pescadores que no saben nadar, y hay delfines y hay ahogados.
Protección Civil y el SIVE se juegan la vida en el mar, y las pagas son míseras. Sánchez podría bajarle los honorarios a Iván Redondo y quizá habría más flotadores y mejor política al desarrollo en Libia o en Sudán. Mi amigo Marcus vino huyendo de eso, aún tiene quemaduras, me habla de Baudelaire y ya le perdió el miedo al mar.
Tópico. No por tópico, el fin de verano deja de movernos algo de aquel niño que coleccionó fascículos, que empezó a extrañar a la niña del campamento. Septiembre siempre fueron unas botas nuevas de fútbol, aunque luego octubre vino a corregirnos todo, incluso el calendario. Las verbenas de fin de verano son puro Marsé, con la orquesta fallando el tono pero removiendo el vinazo y las pulsiones. Haber sobrevivido al verano tiene mérito, más cuando vemos la tierra quemada sobre la que no volverá a reír la primavera. Por el día de la Presentación de la Virgen yo presentaré mis memorias, que beben de estas páginas desnudas de verano.
Se van agotando estas sombritas de verano, siendo feliz al escribirlas y mientras las leen. El verano se odia menos cuando hay una sombrita, un lector y un papel que resiste. Ahora por septiembre todo vuelve por sus cauces legales, burocráticos, bellos y otoñales. Los cornudos berrearán por Gredos y los pavos reales harán lo que saben hacer en estas tardes de sol y temple que son, sí, como para echarse novia formal. Empieza la ciudad con las fiestas, y eso nos salva.
Que nadie se lleve a engaño, solo los puentes de otoño son la felicidad vacacional. Agosto es algo prescindible, como la homeopatía o ciertos libros.
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