Agosto es el mes de vacaciones por antonomasia y por ello el mes que más fiestas concentra. Hemos asistido a un corrimiento en el calendario festivo. Las fiestas de verano, las viejas fiestas patronales, que antes comenzaban en San Juan y San Pedro y que ... se extendían a lo largo de agosto, septiembre y octubre, cuando ya se había recogido la cosecha, tienden ahora a concentrarse en el octavo mes del calendario cuando muchas empresas cierran su actividad. De manera de la Natividad de la Virgen, la Cruz de septiembre, San Mateo o el Rosario, se han hecho agosteñas para adaptarse a los nuevos tiempos. Se trata de sobrevivir camaleónicamente. Pero este año la pandemia está barriendo con las fiestas. Los alcaldes de ciudades y pueblos, siguiendo las recomendaciones sanitarias, sin eliminarlas del calendario, las han vaciado de contenido porque, aunque no se trabaja, tampoco se celebran verbenas, ni pasacalles, ni actos deportivos. De manera que nos hemos quedado con unas fiestas fantasmas. Tendremos que adaptarnos, qué remedio, pero las fiestas son necesarias, como sostenía Caro Baroja. La gente, sobre todo la juventud, las necesita. A través de las fiestas se articulan relaciones, se cumplen ritos y se expande la alegría tan necesaria para el espíritu.
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Hace unos días, al rayar la madrugada, vi a un grupo de jóvenes que se divertían en las afueras de un pueblo. Sonaba la música dentro de un coche con las ventanillas bajadas y allí estaban ellos, alrededor del coche, doce o catorce chicos y chicas, de bailoteo. Las fiestas se habían suspendido, pero los jóvenes se resistían a aceptarlo. Una señora que había salido a pasear, al verlos, los abroncó con crudeza. Les llamó insensatos, insolidarios e irresponsables. Aludió al riesgo en que ponían a sus padres y a sus abuelos. Porque el virus podía estar por allí revoloteando sobre alguno y podían llevárselo a sus casas. La señora llevaba razón. Y, sin embargo, yo tenía el corazón dividido porque trataba de entender la actitud de los jóvenes. Qué difícil es todo. Ver a tu madre, anciana y desmemoriada y no poder darla el beso que te pide. Ver a tu nieto, tras muchas semanas de ausencia, y no poder achucharle. Ver a tu amigo de infancia que se acaba de quedar viudo y no poder darle un abrazo.
Las fiestas nos convocan. La España vacía se llena de gente que viene desde Madrid, Barcelona o París a la fiesta de su pueblo, la fiesta con el que lleva soñando todo el año. Es pueblo es un faro que ha estado ardiendo en la memoria. Los jóvenes, como sabemos, son inmortales. Y llevaba razón la señora al llamarles insensatos, pero mi corazón latía también al lado de los jóvenes.
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