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Hasta ahora el coronavirus circuló en la distancia y la incredulidad de que se avecinaba una pandemia como las que a veces nos recordaban el cine y la Historia. Pero tras el goteo cotidiano, primero de contagiados y enseguida de víctimas, parece que la ... alarma va cundiendo en la mayor parte de la gente. Hasta ahora nos convencían los datos, los porcentajes, las estadísticas y empezábamos a mentalizarnos y tomar medidas como evitar besos, saludos efusivos y concentraciones en locales cerrados. Las explicaciones científicas resultaban convincentes.
Pero la amenaza persiste, los organismos internacionales y los gobiernos toman medidas y al mismo tiempo la mentalidad de los ciudadanos más iluminados empieza a desbarrar. La verdad es que echando la vista atrás tardó bastante: ahora empieza a desbordarse.
Llegan noticias sobre las creencias que la inspiración más fantasiosa propician: se está están reactivando por todo el Planeta, no importa las etnias de sus habitantes, ni la fe que profesen ni el nivel económico que hayan alcanzado. La propensión de algunos a creer lo que no vimos, preferentemente si es siniestro, tiene por delante un caldo de cultivo que empieza a desbordarse. Muchos coinciden en denunciar la libertad sexual que en su opinión ha rebasado el límite de la tolerancia divina, o el incumplimiento de los Santos Mandamientos que nos mantiene en pecado mortal, estiman otros.
Los intérpretes más pragmáticos encuentran responsables en la tierra, en la riqueza y en la lucha por el poder. Lo mismo se culpa a Trump de haber lanzado los virus de la maldición contra China e Irán, los dos países a los que quiere dominar, que China lo ha sembrado fuera de sus fronteras para castigar a los Estados Unidos ante su empeño por expandir sus productos industriales por todo el mundo e imponer su imperio al resto de los mortales. Los argumentos son contundentes.
Para quienes creen la verdad les resulta difícil defender, a quienes obnubilan la superchería y sus dotes sobrenaturales de adivinación, la convicción de sus argumentos les produce un acaloramiento verbal que hace imposible llegar a entenderse. El coronavirus está cambiando nuestras vidas, mientras las conservemos, arruinando la economía, mudando nuestros hábitos, volviéndonos menos sociables y, desde luego, menos lúdicos y más incrédulos.
La única conclusión indiscutible de esta experiencia es que nuestras vidas son tan frágiles que más de una explosión nuclear dependen de un enemigo tan invisible y escurridizo como el Covid-19, que ni siquiera en la era de los grandes descubrimientos científicos sabíamos que existía.
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