Pasé una larga temporada fuera de casa practicando sindicalismo (¡qué también son ganas!) y me tocó comer, de lunes a viernes ambos inclusive, en las fondas más baratas que encontraba. Así que durante cinco días a la semana me estuve alimentando de sopas grasientas, alubias flatulentas, pollo, escalopes como la suela del zapato y ensaladas mixtas donde aplaudían al que encontraba una pizca de bonito escabechado entre las hojas negruzcas de lechuga y los culos de tomate. Como hace años que dejé esos festines de carta plastificada y mesa de formica no sabría recomendar a nadie una casa de comidas por debajo de diez o quince euros, vino peleón incluido.
Publicidad
Ahora que no tengo necesidad de comer barato para ahorrar lo hago en casa eligiendo el menú en el mejor mercado de la ciudad, o visitando alguno de los restaurantes que conozco dispuesto a pegarle un pellizco a la Visa, que para eso está. Y los amigos que me tienen de cliente saben que no miento.
Respeto mucho los equilibrios que hay que hacer para elaborar una minuta decente por seis o siete euros, y más ahora que todo se ha puesto por las nubes, pero el día que dejé el sindicalismo me apropié de la frase de Escarlata O'Hara en 'Lo que el viejo se llevó': «A Dios pongo por testigo de que nunca volveré al menú de lentejas viudas y albóndigas con tomate. Por favor, tráigame la carta». No dijo exactamente eso, pero ¿a que se entiende?
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.